viernes, 29 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 70

Los labios de Pedro se estrellaron contra los suyos, capturando su boca con un beso lleno de emociones, impotencia, deseo, ansia... Paula se sintió como si la elevaran en el aire, sobre una ola gigantesca. Solo podía aferrarse a él, rendirse ante sus labios y sus caricias. Su boca le prometía el cielo y sus manos lanzaban dardos de placer que se clavaban en la superficie de su piel. Se arqueó contra él y gimió de deseo mientras él la besaba en el cuello. Empezó a acariciarle la cabeza con una mano. Paula se movió, impaciente.


–Voy a explotar –le dijo. Sentía que su cuerpo entraba en combustión bajo aquellas manos mágicas.


Él sabía cómo tocarla, cómo besarla, cómo volverla loca de deseo. Capturó su barbilla con dos dedos y volvió a besarla. Entró en su boca con un frenesí arrollador, pero Paula supo que podía devolvérselo. Quería sentirle temblar, gemir... Deslizó una mano por debajo de los botones de su camisa de trabajo y exploró el contorno de su poderoso pectoral. Él se estremeció y jadeó al sentir cómo le rozaba los pezones. Le metió las manos por dentro de la blusa y subió por su abdomen con una lentitud seductora. Paula se apretó contra él, pidiéndole más caricias. Las manos siguieron subiendo. Deslizó un dedo por el contorno del sujetador... y entonces se detuvo. Ella tenía la mente tan nublada por el deseo que tardó un instante en entender por qué. En cuanto cayó en la cuenta se quedó quieta. Él quitó las manos enseguida.


–Lo siento.


–Pues yo no –le dijo, quitando las manos de su pecho también.


Él la miró a los ojos. Ella se mordió el labio inferior.


–Quiero decir que... Ese beso... A lo mejor fue un poquito más intenso de lo que esperaba.


Él reprimió una carcajada.


–Es una forma de decirlo, sí.


–Pero me ha gustado –dijo ella.


Los ojos de Pedro se oscurecieron.


–En cuanto te toco, Paula, me pierdo. No sé cómo parar. Pierdo el control.


Ella asintió con una determinación repentina.


–Nunca vamos a ser capaces de tomarnos todo esto con calma, ¿Verdad?


–Me lo tomaré con toda la calma que tú quieras –declaró él.


Ella arrugó la nariz. Sabía que lo decía de verdad, pero...


–El problema es, pueblerino, que yo te deseo tanto como tú a mí.


Él sonrió de oreja a oreja. Y entonces frunció el ceño.


–No sé por qué me parece que ahora viene un «Pero».


Ella respiró profundamente.


–Pedro, me he pasado las últimas dos semanas intentando aceptar esta cicatríz. Me he obligado a mirarme en el espejo, la he tocado, me he familiarizado con ella. No puedes comprometerte a nada conmigo hasta que la hayas visto.


Él abrió mucho los ojos.

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