viernes, 2 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 27

 –¿De dónde has sacado que quiero tener una relación seria contigo? – preguntó Paula–. Lo único que quiero es perder la virginidad. Me da vergüenza seguir siendo virgen. Por eso es por lo que no se lo he dicho a Caro. Me siento como un bicho raro.


–Perdona, pero no voy a ser yo quien te haga ese favor –Pedro agarró su taza de café y vació el contenido de un trago; después, volvió a dejar la taza en la mesa con un golpe.


Paula cruzó las piernas y los brazos, e hizo una mueca.


–Has dejado mi ego por los suelos.


–No ha sido mi intención insultarte –Pedro la miró con expresión de preocupación–. Y otra cosa, ¿cómo podríamos explicárselo a Caro?


–Creo que le encantaría que dejaras el trabajo y te tomaras unas vacaciones por unos días.


–Dirijo una empresa de alcance mundial –declaró él con gran seriedad–. No tengo tiempo de…


–No me extraña que te den migrañas –lo interrumpió Paula–. Te exiges demasiado a tí mismo. Tengo una teoría respecto a los adictos al trabajo: Trabajan todo el día porque no quieren reconocer lo que les falta en la vida.


–¿Ah, sí? Pues yo también tengo otra teoría –Pedro clavó los ojos en los suyos–: una persona que finge ser lo que no es lo hace por miedo a que a los demás no les guste cómo es de verdad –Se levantó del sillón y agarró su chaqueta–. Venga, es hora de que nos vayamos.


En el coche, durante el trayecto a su casa, Abby guardó silencio. Luke tampoco le habló, estaba tan taciturno como siempre. ¿Qué derecho tenía él a analizarla? No sabía nada sobre ella. No sabía lo dura que había sido su infancia, lo que se avergonzaba de haber ido de una casa de adopción a otra, sin saber cuándo la iban a llevar con otra familia o a qué escuela iba a ir.  Su vida había sido una lucha constante por integrarse. Por ser normal. Aunque Pedro hubiera sufrido con el divorcio de sus padres, al menos su padre no había intentado matar a otra persona y su madre no se había acostado con un sinfín de hombres por dinero con su hija allí en la casa. La madre de Pedro no había muerto de una sobredosis y él había tenido que pasar un día allí, en el piso, con una muerta, hasta que alguien le encontrara al día siguiente. Esa había sido la vida de Paula. Una vida que no podía cambiar, por mucho que lo intentara. Siempre enfrentándose sola a la vida. ¿Qué derecho tenía él a criticarla? Se gustaba a sí misma. Era una buena persona. Tenía amigos, un trabajo y una casa en la que vivir. Pero cuando Pedro dobló la esquina para entrar en la calle de Paula, esta tuvo que replantearse lo de la casa. Había un técnico de la compañía del gas, dos coches de policía y mirones.


–¡Cielos! ¿Qué habrá pasado? –dijo ella con horror.


Pedro bajó la ventanilla del coche cuando un policía se acercó a ellos. 

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