viernes, 23 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 59

 –Supongo que podríamos hacerlo sin protección.


–No podemos –dijo Pedro mirándola fijamente–. Demasiado arriesgado.


Paula era consciente de que Pedro estaba siendo responsable respecto al sexo. Ella siempre animaba a sus lectores a que hicieran lo mismo. Sin embargo, en el fondo, deseaba que Pedro se mostrara más flexible al respecto.


–Lo dices porque esto es solo una aventura amorosa de poco tiempo, ¿Verdad? –Paula no logró disimular cierta amargura en su tono de voz.


Pedro respiró hondo y luego le pasó una mano por el brazo.


–Paula, piénsalo. Si te quedaras embarazada yo tendría que…


–Ya lo sé, ya lo sé, ya lo sé. Sería un desastre para tí. 


Pedro frunció el ceño.


–¿Pero no para ti?


Paula mantuvo la expresión neutral mientras se imaginaba a sí misma con un niño de cabello castaño y ojos de un azul profundo en los brazos. Parpadeó y forzó una sonrisa.


–Claro que sería un desastre. Todavía estoy abriéndome paso en la vida con mi trabajo. No quiero tener hijos hasta que no acercarme a los treinta años.


Pedro no pareció creerla del todo.


–La píldora es muy segura, pero no quiero correr ningún riesgo.


–No pasa nada, Pedro. En serio, no pasa nada –dijo ella–. He escrito un montón de artículos al respecto. Resulta muy fácil dejarse llevar por el momento y luego es demasiado tarde, hay que acarrear con las consecuencias. He recibido montones de cartas de mujeres que se han quedado embarazadas sin querer. Sé que estás siendo responsable y te lo agradezco.


Con suma suavidad, Pedro le apartó un mechón de cabello del rostro.


–En ese caso, primero una lección de natación. Acabaremos esto después. 


Una hora más tarde Paula no estaba preparada del todo para las olimpiadas, pero había logrado nadar de un extremo al otro de la piscina sin ahogarse ni tragar agua. La piscina era de agua salada, lo que ayudaba a flotar; además, Pedro era un profesor excelente. Hizo otro largo, se puso en pie y parpadeó.


–¿Cuántos largos he hecho? He perdido la cuenta.


–Creo que los suficientes por hoy –respondió Pedro–. Además, el sol está muy fuerte y te estás quemando. El efecto de la crema de protección solar debe haber pasado ya.


–Voy a sentarme un poco a la sombra –dijo Paula–. Como has estado ayudándome, no has podido nadar. Vamos, hazlo, debes estar muerto de ganas. Yo me quedaré mirándote. Será como ver el vídeo de un entrenamiento.


Paula se echó una toalla por encima, se sentó en una de las tumbonas y contempló a Pedro deslizándose por el agua con gran economía de movimientos y habilidad. Tenía la clase de piel que se bronceaba enseguida, sin ponerse roja. En el poco tiempo que llevaban allí, ya estaba más moreno. Después de unos largos, salió del agua y Paula contuvo la respiración mientras contemplaba los músculos de él. A Pedro no parecía importarle en absoluto estar desnudo; a ella, delante de él, tampoco. Pedro se acercó y se sentó en el borde de la tumbona que ella ocupaba, a la altura de sus pies. Entonces, sacudía la cabeza, igual que un perro, y le mojó las piernas. 

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