lunes, 5 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 33

 De repente, se dió cuenta de que estaba desnuda. Buscó con el pie la toalla, pero no logró encontrarla. ¿Cómo había acabado desnuda en la cama de Pedro con las piernas de él entre las suyas? ¿Habían hecho algo? ¿Se le habría insinuado dormida? No podían haber hecho el amor, se acordaría. Sí, claro que se acordaría. Paula trató de recordar qué había pasado desde que se acostó en aquella cama. Nada. No recordaba nada… Solo un maravilloso sueño en el que alguien le había besado el hombro. Un diminuto beso y un lamido que la hizo estremecer de placer. En esos momentos, el aliento de Pedro le acariciaba la nuca y podía sentir en la espalda el movimiento del pecho de él al respirar. Se quedó muy quieta, no quería despertarle; sobre todo, porque quizá se apartara de ella bruscamente al darse cuenta de lo que estaba haciendo. Aquello era maravilloso. Cálido, sexy y algo atrevido. Le gustaba que la tuviera abrazada, pegada a su cuerpo. ¡Y qué cuerpos tan diferentes el de Pedro y el suyo! El de él era dureza y musculatura, el suyo era más suave y blando. Se sentía más femenina que nunca. Incluso sus olores eran distintos. La idea de que ambos olores se mezclaran la excitó. Pedro, dormido, murmuró algo y la abrazó con más fuerza al tiempo que acercaba el rostro a su nuca. Al sentir la barba incipiente en la piel tembló de placer.  Paula cerró los ojos, fingiendo estar dormida. Él le puso una pierna encima de la suya y, pegándose a ella, la hizo sentir su erección. Abby nunca había sentido algo tan erótico y excitante en la vida. Sentía gran desazón en su sexo y el vello del brazo de Pedro debajo de sus senos le produjo un delicioso picor.


–Mmmm –el gruñido masculino aumentó su excitación. 


De repente, Pedro lanzó un juramento y se apartó de ella.


–¡Qué demonios…!


Paula se volvió y vió que la miraba como si fuera un monstruo.


–¿Qué he hecho? –preguntó con una voz que ella no le había oído nunca, una mezcla de grito ahogado y grave–. ¿He…? Dime que no hemos…


–No ha pasado nada, Pedro –Paula dejó escapar un suspiro de frustración–. Creo que, mientras dormíamos, nos hemos acercado el uno al otro.


Pedro apartó la ropa de la cama bruscamente y, furioso, se levantó.


–¿Por qué estás en mi cama… Desnuda?


Paula se subió la sábana para cubrirse y se incorporó hasta quedar sentada.


–Me tenías muy preocupada. No quería marcharme hasta no ver que estabas dormido. Y no sé cómo, pero me quedé…


–¡Por favor, Paula! Podría haberte… –Pedro se apartó el cabello de la frente y cerró la boca para no seguir con lo que había estado a punto de decir.


–Estaba envuelta en una toalla grande, pero se me debe haber caído –Paula miró hacia los pies de la cama y vió un bulto debajo del edredón–. Ahí está. ¿Lo ves? Ha debido soltarse cuando…


–¿Cuándo qué? –preguntó Pedro con voz ahogada–. Maldita sea, Paula, podría haberte hecho daño.

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