lunes, 5 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 34

 –No has hecho nada que yo no quería que hicieras –contestó ella–. Me ha gustado dormir pegada a tí, ha sido la primera vez. Me ha gustado sentir tu cuerpo pegado a mi espalda. Ha sido…


–Para –Pedro alzó una mano como si estuviera parando el tráfico–. Para ahora mismo. No va a pasar nada.


–Está pasando, Pedro. Me deseas.


–Es un reflejo –dijo él–. Le pasa a todos los hombres por la mañana. No significa nada.


Paula decidió que había llegado el momento de poner a prueba su teoría. Sacó las piernas de la cama, se puso en pie y dejó que la sábana se deslizara hasta dejarle la parte supieron de los senos al descubierto. Y vió a Pedro tragando saliva.


–En ese caso, me marcharé.


Pasó por delante de él para salir de la habitación, pero Pedro le puso una mano en el brazo, deteniéndola. Ella se volvió y lo miró.


–¿Tan poco atractiva me encuentras?


–No, no es eso. Te deseo, pero…


–Entonces, ¿Por qué no te acuestas conmigo? –Paula se acercó a él–. Te deseo.


Pedro le soltó el brazo.


–Paula, tú quieres más de lo que yo puedo ofrecerte.


–Te estoy pidiendo que te acuestes conmigo, no que te cases conmigo y tengamos hijos. ¿Por qué te muestras tan reacio?


–No quiero que nuestra relación se interponga entre mi hermana y tú –dijo él–. Ni tampoco que eso afecte la relación que tengo con mi hermana.


–No ocurrirá –declaró Paula–. Caro sabe que has ido a la fiesta conmigo. Puede que ya haya visto fotos de nosotros colgadas en Internet. Y se alegrará por nosotros.


–¿Y cuánto tiempo durará esa alegría? –replicó Pedro–. Sé lo que pasa en estos casos: Cuanto más tiempo tienen relaciones sexuales dos personas más difícil resulta romper; sobre todo, a las mujeres. 


Paula se preguntó qué habría detrás de aquel comentario.


–Podríamos establecer un límite de tiempo –comentó Paula–. Podríamos establecer un acuerdo y comprometernos a respetarlo.


Pedro abrió y cerró la boca como si fuera a decir algo pero hubiera cambiado de opinión. Después, lanzó un suspiro de exasperación.


–¿Te importaría vestirte? Por favor. No puedo pensar contigo así, casi desnuda.


Paula paseó una mano por el pecho de él, deteniéndose justo encima de la cinturilla de los pantalones del pijama.


–¿En serio quieres que me vista? –preguntó ella en un sensual susurro. 


Pedro volvió a tragar y, casi con brusquedad, la agarró por las caderas.


–No, maldita sea, no. 


Entonces la besó. Paula se pegó a él, sus senos, apenas cubiertos, aplastados contra el pecho de él. La sábana se le estaba cayendo, pero no le importó. Vivía el momento. Sentía el deseo de Pedro. El deseo por ella. La erección de él le demostró que no se estaba guiando por la razón, sino por el instinto. La lengua de Pedro buscó la suya y un intenso calor la envolvió. Él gruñó contra su boca, un gruñido profundo. Le soltó las caderas para acariciarle el torso, la nuca, los cabellos… 

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