miércoles, 7 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 40

Pedro le besó el monte de Venus, despacio, dejando que ella se acostumbrada a la ingerencia de él en la parte más íntima de su cuerpo. Entonces, con suma suavidad, la abrió con la lengua. Las íntimas caricias la hicieron temblar de pies a cabeza, invadiéndola de sensaciones desconocidas hasta el momento. Con labios y lengua, le acarició el clítoris, y fue como si un rayo de placer la hubiera atravesado. El repentino orgasmo la sacudió como un huracán. Se quedó sin respiración hasta que, por fin, todos los músculos de su cuerpo se relajaron y sus huesos parecieron haberse tornado líquidos.


–Ha sido… Increíble –susurró Paula–. Enloquecedor. Magnífico. Mágico. ¡Vaya, vaya, vaya!


Pedro le dió un beso en la boca, el sabor de ella misma en los labios de él volvió a excitarla y añadió otra dimensión a su intimidad, haciendo que le pareciera que algo había cambiado en su relación. Algo único y especial que ya no se podía eliminar. Volvió a acariciarle los pechos, como si no pudiera saciarse de ella.


–¿Vas a…? –preguntó Paula notando el hinchado miembro de Pedro en el muslo.


–Estoy tratando de ir despacio.


–No es necesario. Estoy lista.


Estaba más que lista. Su cuerpo pedía a gritos el contacto físico que, por fin, la uniría a él en la más absoluta intimidad. Pedro le puso las manos en el rostro y se la quedó mirando a los ojos.


–¿Estás segura, realmente segura?


Paula nunca había estado tan segura en la vida.


–Hazme el amor, Pedro. Por favor. 


Pedro respiró hondo y le acarició el labio inferior con la yema del pulgar.


–Me encanta besarte. Llevaba mucho tiempo queriendo besarte.


–¿Desde cuando?


–¿Te acuerdas de cuando Carolina nos presentó?


–Sí.


Paula lo recordaba muy bien. Había sido cuatro años atrás, ella tenía entonces diecinueve años y estaba intentando abrirse camino en la vida. Hacía poco que había empezado a estudiar periodismo y, al mismo tiempo, trabajaba en una librería cuyo salario la ayudaba a pagarse los estudios. En la librería, Carolina y ella habían empezado a hablar sobre libros y habían acabado tomando un café juntas y charlando como si se hubieran conocido de toda la vida.


–Carolina me llevó a tu casa para conocerte.


–Y yo no estaba de humor para visitas.


–Me dí cuenta al momento –comentó Paula–. No me caíste nada bien. Me pareciste arrogante y distante.


Pedro volvió a acariciarle el labio inferior con los ojos aún fijos en su boca.


–No había sido siempre así. Bueno, digamos que no tanto. Aquel día, cuando me sonreíste, me sentí muy viejo. 


Paula le acarició el pecho y después el miembro erecto.


–No me pareces nada viejo. 


Pedro sonrió.


–De todos modos, sigo creyendo que eres demasiado joven para mí.


–Solo tengo nueve años menos que tú y soy muy madura para mi edad; al menos, eso creo.


Paula se consideraba madura porque, desde que tenía uso de razón, había tenido que arreglárselas por sí misma. Eso sí que ayudaba a madurar.


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