miércoles, 21 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 51

Paula jamás había ido a comprar ropa y otras cosas necesarias para un viaje dejando que pagara otra persona. Hasta ese momento, al ir de compras, siempre había tenido que considerar el dinero que tenía en el banco y hasta qué punto podía pagar con la tarjeta de crédito. Era ahorradora, pero siempre surgían imprevistos. En esta ocasión, no tuvo que preocuparse de nada. Pedro se estaba encargando de todos los pagos, le ayudaba a elegir y estaba cargando con las bolsas con las compras. Estaban en una boutique en la que había ropa de baño y otras prendas deportivas. Ella pasó la mano por una hilera de bikinis colgando de unas perchas mientras se preguntaba si se atrevería a ponerse uno. Siempre había llevado bañadores con el fin de disimular su algo abultado vientre.


–¿Por qué no te pruebas uno? –dijo Pedro.


Paula apartó la mano de los bikinis y bajó el brazo.



–No tengo cuerpo para eso. Me daría vergüenza.


–Vamos a estar solos en la isla, así que no tiene por qué darte vergüenza. 


Paula volvió a mirar los coloridos bikinis y suspiró.


–No sé…


–Vamos, toma –Pedro agarró tres bikinis: Uno negro, otro rosa fuerte y otro amarillo canario–. Estarás guapísima con los tres. Venga, ve al probador.


Paula agarró los bikinis, pero aún se sentía insegura.


–¿En serio crees…?


Pedro bajó la cabeza y le susurró al oído:


–Si quieres que te diga la verdad, preferiría que fueras desnuda; pero sí, creo que estarás impresionante con los tres. Y ahora, ve a probártelos.


Las palabras de Pedro, con su erótica promesa, y el modo como su aliento le acarició la piel, la hicieron temblar.


–Como usted diga, señor –dijo ella haciendo un saludo militar.


Paula fue a un probador, se quitó la ropa y desnuda, se miró en el espejo, tratando de ver su cuerpo tal y como Pedro lo veía. Desde la adolescencia tenía problemas para aceptar su cuerpo. Las hormonas de la pubertad habían transformado su cuerpo infantil en un cuerpo de mujer exuberante, y le costaba aceptarlo. Además, los piropos y las lascivas miradas que recibía le hacían recordar a los clientes de su madre, haciéndola avergonzarse de su cuerpo en vez de enorgullecerse de él. Pero cuando Pedro la miraba no le daba vergüenza. No le molestaba ni le avergonzaba que él la encontrara atractiva, sino todo lo contrario. Cambió de postura varias veces delante del espejo, se agarró los pechos con las manos y pensó en lo que había sentido cuando Pedro los había acariciado. Se excitaba solo con pensar en eso. Se probó los bikinis, pero le resultó imposible elegir entre los tres. Entonces, se vistió, salió del probador y fue a reunirse con él.


–¿Qué tal te quedan?


–Me gustan, pero…

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