miércoles, 26 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 35

Paula se dirigió a su mesa y llamó a la agencia de viajes. Luego llamó a Santiago Carlin y le dijo que Pedro quería verlo. Luego regresó a su despacho para defender su criatura.


—¿Cuál es exactamente el problema? —inquirió con tono desafiante.


—Sé que intentas ser de ayuda, Paula, pero has desperdiciado el tiempo de todos al retocar algo equivocado. Si me lo hubieras mostrado cuando te lo pedí, te lo podría haber dicho hace dos días —con gesto desdeñoso hizo a un lado la presentación—. Además, Barrett ha vuelto a adelantar la fecha de entrega. Quieren la propuesta preliminar el jueves, y hemos perdido un tiempo precioso del que no disponemos mientras tú pulías algo que no podemos usar. Ahora tendré que ocuparme de ello yo mismo, y, con franqueza, tampoco puedo permitirme el lujo de no iniciar ya la operación de Praga.


A Paula le habría gustado debatirlo, pero si decía mucho temía meter en problemas a Santiago. Miró su proyecto y echó humo por las orejas. Cinco minutos después entró Santiago. Aún se lo veía extenuado... Sólo Dios sabía cuánto sueño le estaba costando la operación polaca.


—Hola, Santiago —saludó Pedro.


—Pedro—repuso Santiago.


—He estado mirando la presentación de Barrett. Hay algunas cosas buenas en ella, pero tengo una pregunta.


—¿Cuál?—inquirió el otro.


—Me gustaría saber —comenzó con voz suave y los ojos gélidos por la furia—, ¿Por qué toda la propuesta se basa en la última versión de nuestro software en vez de en la más reciente? —Santiago lo contempló un momento—. ¿Y bien?—instó Pedro.


—Te diré por qué—repuso con serenidad y un endurecimiento de los labios—. El motivo es que la carpeta que viste hace un par de días representaba la totalidad del trabajo que yo había realizado en el proyecto. Todo lo que ves aquí lo hizo tu secretaria, basándose en ofertas anteriores que nosotros habíamos hecho y en material de Barrett. Las ofertas antiguas se hicieron antes de que desarrolláramos esta versión; me olvidé de indicárselo a ella.


Reinó un momento de absoluto silencio. Entonces Pedro empezó a hablar. No alzó la voz; simplemente dejó claro, con un tono tan frío y brutal como el océano Glacial Ártico, la opinión que le merecía un hombre que podría haber aprovechado una de las oportunidades más importantes para la compañía, la dejaba como unos meros garabatos de papel en una carpeta durante cuatro meses y luego, en vez de permitir que el problema lo encararan aquellos que eran capaces de solucionarlo, se lo delegaba a una de las secretarias.


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