miércoles, 26 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 31

De pronto Pedro se puso en cuclillas al lado de una estantería y sacó un libro. 


—Santo cielo, si lo has guardado —dijo.


—¿A cuál te refieres?


—Zazie Dans le Métro. Te lo regalé una Navidad cuando tenías unos catorce años.


—Claro que lo guardé. Jamás tiro un libro.


Fue el primer libro completo en francés que había leído. A pesar de lo mucho que le había costado, no paró hasta acabarlo. Él la miró con satisfacción.


—Eso lo explica, entonces. Me pareció ver a muchos amigos aquí.


—Fue muy considerado de tu parte recordarme —repuso ella con cortesía. 


En un momento dado había guardado todos los libros que él le había regalado a lo largo de los años en un solo lugar, menos mal que luego decidió distribuirlos alfabéticamente entre su colección.


—Qué extraño, si pensamos el cerdo arrogante, egoísta y malhumorado que soy.


—¿Quieres una copa? —preguntó Paula, cambiando de tema.


—No, no quiero una copa —le sonrió—. Quisiera cerciorarme de que no ha habido ningún error.


—¿Error?


—Me gustaría que me besaras donde puedas ver lo que haces. En el coche estaba a oscuras —añadió con seriedad—. Quizá no te dieras cuenta de que besabas a un cerdo egoísta y arrogante que no tiene consideración por sus empleados. Abajo tampoco diste la luz. Yo podría haber sido cualquiera... Alguien sin los defectos de carácter sobre los que has llamado mi atención los últimos quince años.


—No seas tonto —contrarrestó con altivez—. Sólo fue un beso… No me pareció necesario solicitar referencias sobre el carácter.


—Me alegra tanto oírte decir eso, Paula, porque puedes ver por tí misma que soy el mismo al que has estado atacando estos años, y pienso besarte otra vez.


Apoyó una mano en su cabeza, se inclinó y la besó con suavidad. Ella abrió la boca bajo sus labios y alzó una mano a su hombro. La besaba por cuarta vez. Probablemente jamás volvería a suceder, así que lo mejor sería aprovecharlo al máximo. Debería recordar todas las cosas que había deseado que pasaran las otras veces y realizarlas en esa ocasión, mientras aún tenía la oportunidad. Ese beso pareció ser distinto de los otros. La besaba con delicadeza y apenas la tocaba, de modo qué ella fue incluso más consciente de su cuerpo a sólo unos centímetros de distancia. Se fundió en sus labios, disfrutando con el contraste entre la fuerza del cuerpo bajo sus manos y la suave, suave boca en la suya. Se hallaban de pie junto al sofá grande que le había regalado su madre. Pedro la depositó en él. Se sentaron sobre un montón de libros sin que dejara de besarla.


—¿Te importa si bajamos esto? —preguntó al rato. Paula meneó la cabeza sin poder hablar. Con un único gesto él envió los libros al suelo. Apoyó las piernas largas en el sofá y se estiró con la espalda en el apoyabrazos—. ¿Quieres unirte a mí, Cinco Por Ciento? —la miró con ojos brillantes. Ella se tumbó, mirándolo. Él le rozó los labios—. Ponte de espaldas —pidió en voz baja—. Te he dejado mucho espacio.


—¿Me estás seduciendo, Pedro? —preguntó tras acomodarse.


—Por supuesto que no. En primer lugar, eres mi secretaria, y no creo en eso de mantener relaciones con tu secretaria. En segundo lugar, sólo eres una accionista con el cinco por ciento y, como tú misma señalaste, me sería imposible recorrer todo el camino con alguien con una participación tan reducida. Y en tercer lugar... No tenemos tiempo —sonrió—. Es sólo un ejercicio. ¿Te importa?


Paula supuso que debería hacer algún comentario sarcástico, pero la expresión burlona en sus ojos la desarmó. Sacudió la cabeza. 

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