lunes, 10 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 5

 Las noches en las que pasaban algo bueno por la tele lo acompañaba y lo miraba. En aquella época no se cansaba de contemplarlo, de saber cosas de él... Pero había pensado que no le prestaba atención. Durante un instante, sintió una dulzura punzaste ante la idea de que hubiera notado su presencia. No sólo que la hubiera notado... Sino que hubiera pensado en ella. Y no era porque recordara lo que ella había hecho, aunque en sí mismo eso era una sorpresa. Había pensado en la clase de persona que era, en lo que podía y no podía hacer. Ese pequeño destello de percepción bastó para liberar una oleada de añoranza... Un deseo terrible e imposible de que pudiera pensar en ella tanto como ella pensaba en él, de que pudiera mirarla como ella lo miraba. En ese momento Pedro se hallaba bajo la luz dorada, a la espera de que le dijera una cantidad. Sus ojos estaban en él, como sucedía siempre que se hallaba en la habitación, y le dolió apartarlos cuando se obligó a ello. Era insoportable trabajar para él. Era egoísta, arrogante, ella odiaba los compromisos a largo plazo y le había hecho algo que Pedro jamás perdonaría. Nunca habría recurrido a ella si los negocios no lo hubieran forzado a hacerlo. Sería una agonía estar en su compañía todos los días... Y la perspectiva resultaba terriblemente tentadora.


—Lo siento, Pedro —anunció con brusquedad—. No es cuestión de dinero... No puedo hacerlo.


—Bueno, naturalmente Pedro no quiere obligarte a hacer algo que tú no deseas, cariño —intervino su madre, decepcionada y ajena a la expresión de impaciencia de él—. Parecía una oportunidad maravillosa, pero si estás segura, no hablaremos más del asunto. Espero que te quedes a cenar, Pedro.


—Me encantaría—repuso—. Y, por supuesto, no presionaré a Paula, aunque confío en que cambie de parecer.


—No apostaría por ello —indicó ella, y por sexta vez bajó la vista para concentrarse en el Rumano Coloquial.


—Yo tampoco —coincidió Pedro, y en voz baja para que sólo ella pudiera captar, añadió—: Nunca apuesto sobre algo seguro. 



Pedro Alfonso sacó de la bandeja la carpeta con cartas para firmar, la abrió, extrajo la primera y puso expresión colérica. «¿Dónde encuentran a esas personas?», pensó exasperado. Con dedo impaciente apretó el botón del intercomunicador.


—Diana—dijo.


—Sí, señor Alfonso —repuso una voz casi inaudible.


—¿Ha pensado alguna vez en utilizar el corrector de ortografía del programa antes de imprimir un documento? —preguntó.


—¿Hay un error? —susurró la voz.


Con el ceno fruncido, Charles le echó un vistazo al resto de las cartas. «Falicitar» por «Facilitar», «mofidicar» por «modificar», «mirtptidr» por sólo Dios sabe qué. ¿Dónde las encontraban?


—También es conveniente revisar un documento antes de presentarlo para firmar —añadió con voz sedosa—. He firmado el único correcto. Los demás hay que repetirlos. Se los llevaré.


Cerró la carpeta, se levantó y se dirigió a la puerta. Salió justo a tiempo para ver la espalda de la última secretaria eventual desaparecer por una puerta que exhibía un cartel muy claro: "SÓLO SALIDA DE EMERGENCIA. SI SE ABRE SE ACTIVARÁ LA ALARMA". El aullido de la alarma de incendios llenó el edificio. «¿Dónde las encuentran?», pensó con amargura, tecleando el código para desactivar la alarma con la facilidad de mucha práctica. Regresó a su escritorio y marcó la extensión del Departamento de Personal. 

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