viernes, 21 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 25

 —¿Y cómo sabes que yo no practico ese juego? —añadió indignada.


Rodeó la mesa y estaba a punto de quitarle el abrigo de las manos cuando él lo sostuvo para ayudarla a ponérselo. Con renuencia Paula aceptó. Durante un instante las manos de él se cerraron en tomo a sus brazos, pero de inmediato quedó libre. La miró con una sonrisa extraña y melancólica que resultaba rara en un rostro por lo general tan duro.


—Porque no has cambiado desde que tenías once años—contestó.


Paula sintió que su enfado se desvanecía al ver esa expresión casi afectuosa. Bueno, conociendo a Pedro, él sabía exactamente lo que hacía. Frunció el ceño.


—¿Cómo lo sabes?


—No creo que desees enterarte —volvió a esbozar una de sus encantadoras sonrisas—. Digamos que tú aún dices lo que piensas. La primera regla del juego es no revelar nada...


—A menos que puedas poner a alguien en un aprieto —interrumpió ella con mirada desafiante—. No me gusta esa regla. No significa que carezca por completo de experiencia.


—¿Significa eso que podré darte un beso de despedida? —le brillaron los ojos—. Me domina la impaciencia.


—Si vamos a ir a cenar, marchémonos ya —involuntariamente bajó la vista—. Tengo muchas cosas que hacer.


Media hora después estaban sentados en un saloncito pequeño, protegidos por orquídeas, en un restaurante tan caro que no había precios en el menú.


—Si pensamos en lo que te pago, deberíamos ir a medias —indicó él al notar la mirada consternada de Paula al ver el menú—. Pero seré agradable. Piensas despellejarme, ¿Verdad? Por exigir demasiado de las personas. Pero recuerda que no siempre soy un absoluto tirano.


—No tiene nada que ver con eso. Estableces el ejemplo de ser una especie de superhombre y todo el mundo piensa que también debe serlo. Le pides a la gente que haga cosas imposibles y cree que debe realizarlas o se considera un completo fracaso.


—Debes exigir a las personas para obtener resultados —se encogió de hombros.


Paula pidió la comida sin siquiera pensar en el precio. 


—Les exiges demasiado —afirmó—. Todos están cansados. Cuando la gente se agota comete errores estúpidos. No son capaces de pensar demasiado en el futuro porque siempre están luchando por hacer lo último imposible que les has encomendado.


—Hasta ahora parece haber funcionado —señaló Pedro.


—Parece —indicó Paula. Bebió un sorbo de vino. La luz de la vela brilló sobre su cabello.


—Olvidas que trabajamos con una agenda apretada. No disponemos de mucho tiempo para poner esto en marcha. Hemos de trabajar deprisa.


Paula se obligó a seguir hablando para no perderse en sus facciones, y le explicó todas las cosas que había notado desde su llegada. Pedro escuchó con más paciencia que la que había esperado, aunque no pudo convencerse de que no lo hacía sólo para complacerla. 

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