viernes, 21 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 22

Lo principal se presentaría en blanco y negro, sobrio y profesional, y podría llevar un título como «Sencillo como una Máquina de Escribir». Luego habría otra sección que mostraría todas las sofisticadas opciones disponibles para deslumbrar a los clientes de Barrett. El papel lustroso y con color de alto impacto se reservaría para una sección en la que no sólo le vendieran el producto a Barrett, sino que le mostraran cómo éste podía venderse por sí sólo a otra persona. Se podría llamar «Valor por Dinero», para apaciguar al señor Barrett... Porque, de hecho, todas las opciones se incluirían como un paquete estándar en el software Alfonso, cosas por las que Barrett no tendría que pagar un dinero adicional. Paula se sentó con las ofertas de muestra y comenzó a garabatear sobre ellas. Cubrió una hoja en blanco con globos y flechas. Arrancó páginas de las muestras y las redistribuyó. Arrancó páginas del material de Barrett y las entremezcló con las otras. Una vez satisfecha con el resultado obtenido, se dirigió al ordenador. Parte del material que necesitaba se encontraba en la red de la empresa. Abrió los ficheros y sacó copias. Luego se puso a trabajar. Estaba cansada, pero no dejó de avivar su entusiasmo con la idea de un modo bastante encendido, para mantener la mente alejada de Pedro. A las cuatro de la mañana había completado un borrador preliminar. 


"Mañana nos vamos a Praga. Consíguenos billetes en un vuelo en el que lleguemos a las dos, business class, cuatro noches de hotel" —indicó Pedro. 


Eran las ocho de la tarde del miércoles. Paula frunció el ceño. Amaba a Pedro, pero no creía que el universo girara a su alrededor. Lo único que necesitaba era a alguien que pensara que su obsesión por el trabajo y su capacidad para aislar a los demás les daban derecho moral para que le ahorraran los inconvenientes. Era hora de enseñarle una lección.


—Por favor —dijo Paula.


—Y fíjate si puedes pasar esto a limpio para que pueda estudiarlo en el avión —dejó sobre el escritorio de ella un fajo de hojas garabateadas.


—Por favor —repitió Paula.


—Cerciórate de traer el ordenador portátil... No, que sean dos. Te daré mis revisiones para que puedas ponerte con ellas en el avión.


—¿Cuál es la palabra mágica? —preguntó ella.


—Pensé que te compensaba el tener que acomodarte a mis modales — frunció el ceño—. Por el cinco por ciento de Alfonso habría creído que podrías vivir sin la palabra mágica.


—Puedo —lo miró fijamente a los ojos—. Y, sí, «A mí» me lo estás compensando. Pero eres igual de rudo con todos los demás... Y no les pagas más por ello. 

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