lunes, 10 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 2

 —No es un trabajo para florecillas delicadas… —comenzó él.


—No es un trabajo para nadie a quien le importe la cortesía elemental. Hay gente que considera que los sargentos de prácticas no deberían escribir libros sobre etiqueta porque son demasiado modestos. Te sugiero que encuentres un sargento y lo contrates.


—Sólo trabajaste para mí un día...


—Y fue demasiado tiempo.


—Las circunstancias fueron inusuales. Por lo general no será tan malo; habrá mucha diversión.


Dejó de fruncir el ceño. No sonreía, pero en su boca se vislumbraba el fantasma de una sonrisa. Todos esos años de hombre entregado a los negocios, de millonario hecho a sí mismo, habían dejado su huella, ¿Quién era el tonto que había dicho que el amor es ciego? Paula sintió que le devolvía la sonrisa y que se le aceleraba el corazón, pero también pudo leer el malhumor en sus ojos. Luchaba contra su impaciencia en parte por Alejandra, desde luego, pero principalmente porque quería salirse con la suya.


—¿De verdad? —inquirió ella con escepticismo—. ¿Significa eso que tú harás tu propio trabajo sucio?


—¿Qué quieres decir? —el mal temperamento se reflejó en sus ojos, pero aún tenía ésa media sonrisa.


—Que si tienes media docena de amigas a las que no quieres volver a ver, deberías decirles que se terminó, no pedirle a tu secretaria que te excuse con que estás en una reunión. ¿Las circunstancias inusuales significan que por lo general sólo tienes que quitarte de encima a una o a dos, o que en la actualidad tú mismo te ocupas de ellas?—ya estaba... Quizá eso le indicara a Alejandra cómo era de verdad. Le irritó ver que no había dado en el blanco. 


Pedro enarcó una ceja.


—¿Eso es lo que te molesta? No recuerdo a quién veía por ese entonces, pero no creo que intentara quitarme a nadie de encima. A las mujeres les digo que no me llamen a la oficina; si estoy trabajando en algo no dispongo de tiempo para llamadas sociales, pero si no te gusta una mentira educada, puedes contar la verdad. Te haré saber si hay alguien con quien quiera hablar.


Debió representar un alivio que aún no hubiera nadie serio. Hasta donde ella sabía, nunca lo hubo. Bueno, en cierto sentido era un alivio. Pero todavía la dejaba helada su indiferencia, como siempre.  Los padres de él lo habían enviado a Inglaterra para quedarse con su familia durante los últimos dos años del instituto. A los pocos días el teléfono no paró de sonar. A Paula no le había sorprendido. Jamás había visto a alguien tan guapo como el nuevo invitado... Claro, todas las chicas de la escuela habían querido llamarlo. Pero como convivía con él, había visto ese rostro oscuro y atractivo cambiar de expresión al contestar el teléfono; se ponía rígido de aburrimiento y contenía bostezos, miraba el reloj y contestaba con monosílabos, encendía el televisor con el mando a distancia en busca de un partido de fútbol. Algunas veces ella había contestado. Con tono de fingida indiferencia, una chica preguntaba si estaba Pedro.


—Iré a ver—respondía Paula. 

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