miércoles, 5 de abril de 2023

Una Esperanza: Capítulo 67

 Ella bajó la cabeza y se miró las manos.


–El viernes.


–¿El viernes? ¡Sólo quedan tres días!


–Ya lo sé.


–¿Y Valentina? No puedes dejarnos así, en la estacada.


–He llamado a la agencia y van a enviar a alguien para reemplazarme. Tiene muy buenas referencias.


–¡Las referencias me importan muy poco! ¡Te quiero a tí!


–No, Pedro. La verdad es que no.


–¡Paula! –repuso él levantándose y colocándose frente a ella–. No es verdad. Sabes que no es verdad.


–No soy la mujer que quieres que sea, Pedro.


Paula parecía creerse lo que estaba diciendo.


–No digas eso –susurró él–. Sí que lo eres.


Ella negó con la cabeza. Parecía muy decidida. La miró directamente a los ojos, que empezaban a llenarse de lágrimas.


–No lo soy –repuso Paula entre lágrimas–. Lo he intentado. Lo he intentado con todas mis fuerzas, pero… –añadió temblorosa.


Él la levantó y abrazó. Podía sentir cómo temblaba y enterró su cara en el pelo de Paula. Pensar en que nunca iba a volver a oler su fresco aroma era demasiado doloroso.


–Paula, quédate. Por favor, quédate –le dijo.


Sintió cómo lloraba contra su torso. Ella no podía decir las palabras que él temía escuchar y aprovechó para hacer todo lo que pudiera para hacerle cambiar de opinión. Tomó su cara entre las manos y echó su cabeza hacia atrás. Le besó la frente y los párpados, saboreando sus lágrimas saladas. Ella gimió y rodeó su cuello con los brazos, acercándose más. La besó sin control. No era el momento para la moderación. Sabía que ella también lo sentía. Había algo de desesperación en cómo se comían a besos. Tenía que conseguir que se quedara. Sabía que no podía vivir sin todo aquello. La necesitaba más de lo que había necesitado nada en su vida. Decidió olvidarse de todas las normas. Si sólo así conseguía convencerla de que se quedara, aprovecharía todas las armas a su alcance. Deslizó las manos por el pecho de Paula, hasta dar con el borde de la camiseta. Su piel era tan suave que no pudo evitar explorarla. Ella había comenzado a desabotonarle la camisa y, en cuestión de segundos. La camisa de Pedro y la camiseta de Paula estaban en el suelo. Su suave piel contra su torso era más de lo que él podía soportar. Pedro le desenganchó el sujetador y bajó uno de los tirantes. La mordió en el hombro y sintió cómo ella se tensaba.


–¿Qué?


–Pedro, para.


–¿En serio?


–Sí –le dijo ella con seguridad.


–¿Por qué?


–¿No creerás que esto es una buena idea? –explicó separándose de él.


Pedro la miró sin saber qué decir.


–No vas a conseguir que me quede de esta forma. Esto sólo empeoraría las cosas.


Él no estaba tan convencido. Hacía semanas que no se sentía tan bien. Ella se agachó para recoger su camiseta.


–Sabes que no es una buena idea. No cambia nada entre nosotros. Sólo lo complicaría. Es mejor que me vaya ahora, antes de que nadie se involucre demasiado.


«¡Ya estoy involucrado! ¡Te quiero!», pensó él.


–No estabas siendo justo, intentabas manipularme.


–Creía que en la guerra y en el amor todo valía. ¿Y Valen? Vas a destrozarla.


–Sé que le dolerá, pero se recuperará. Se tienen el uno al otro. No me manipules, Pedro.


–¿Qué esperabas?


Ella suspiró.


–Supongo que es normal, pero no me gusta. Mi decisión es definitiva. Tendrás que respetarla y dejar de manipularme.


Pedro pensó que debía de estar loca si pensaba que iba a quedarse de brazos cruzados.

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