miércoles, 12 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 8

Media hora más tarde, Paula entraba en el enorme vestíbulo de mármol del Edificio Alfonso y subía en un ascensor hasta la planta doce. Esquivó con éxito a la recepcionista y avanzó sin que nadie la detuviera por un largo pasillo alfombrado hasta el despacho de Pedro. En el exterior, había una joven que lloraba ante el tratamiento de texto. Se dirigió a la puerta y la abrió sin que nadie se lo impidiera. Por desgracia, él no se hallaba en su despacho.


—¿Dónde está? —preguntó con voz crispada. 


—En una reunión —indicó la joven con voz llorosa.


—Él y su ego. Algunas cosas nunca cambian. ¿Y dónde tiene lugar ese encuentro íntimo?


—¿Perdón? —dijo la joven.


—La reunión —suspiró, sacó unos pañuelos de papel y se los pasó a la otra—. ¿Dónde es?


La joven señaló la sala de conferencias. Quizá estuviera en una reunión, después de todo. Mejor; podría avergonzarlo delante de un montón de millonarios. Se acercó y abrió la puerta. Veinte hombres con trajes oscuros miraron en su dirección. Algunos eran gordos, otros mostrabas una buena forma; algunos eran atractivos, otros no; algunos eran jóvenes y con expresión entusiasmada, otros de mediana edad y aburridos... Ninguno merecía un segundo vistazo. Pedro, en la cabecera de la mesa, parecía levemente molesto, pero superaba a todos los demás, como siempre había empequeñecido sin esforzarse a todos los hombres que Paula había conocido. Esperaba que pareciera muy irritado por la intrusión, pero sólo enarcó una ceja.


—Paula —comentó con suavidad—. Me alegro de que puedas incorporarte a la reunión.


Ella estaba en el umbral, con las manos en las caderas y ojos centelleantes. «Eso es», pensó Pedro con satisfacción, felicitándose por hacer que Personal la localizara. Con sólo mirarla sabía que podía darle cualquier cosa que ella lo solucionaría. Quizá enviara una docena de rosas a Personal, un gesto de ésos que gustaban a las mujeres. Hasta ese momento la mañana había sido un continuado desastre, pero con Paula allí empezaría a mejorar. Le explicó a la sala, en un alemán ampuloso, que la señorita Chaves era su secretaria.


—No, no lo soy —dijo Paula—. Los hombres allí reunidos soltaron un murmullo irritado. Oyó idiomas como el checo, el polaco y algo que sonaba extrañamente a árabe. Esperaba que Pedro la expulsara de la sala, pero sólo la miró con desafío en los ojos. Bueno, si quería retarla, peor para él—. Hay algo que quiero discutir contigo —añadió—. ¿Quieres reunirte conmigo en tu despacho o prefieres que lo hablemos aquí?


—¿Me disculpan, caballeros? —se encogió de hombros y se levantó— . Sólo tardaré un momento —la siguió a su propio despacho—. No sé qué demonios es esto, pero, ¿No podía esperar? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario