lunes, 24 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 29

Pedro regresó a su despacho y dejó a Paula ante el ordenador. Había al menos cinco cosas que hacer que tenían máxima prioridad, pero por un momento se sentó en el sillón de cuero y se situó de cara a la oscuridad. Vió su rostro reflejado en la ventana. El corazón aún le latía con fuerza. Había sido un estúpido en dejar que llegara tan lejos... Si la Secretaria Perfecta lo hubiera abofeteado, dimitido y dicho que se marchaba a Cerdeña, la culpa sólo habría sido suya; pero era de carne y hueso, después de todo. Recordó la suavidad de su boca, la fiereza inesperada de su respuesta... Tendría que haber sido un santo de escayola para no caer. De hecho, al pensar en ello le sorprendió su propia contención. Apretó los dientes, tratando de no recordar más. «Trabaja», pensó. «Tengo trabajo que hacer». Giró el sillón y se quedó ante su escritorio, sacó unos papeles del maletín y los miró con furia. 


Por algún motivo, Paula había supuesto que sería como su horario diurno, con Pedro dándole una tarea tras otra. Para su sorpresa, la dejó sola. El plazo último del día siguiente le dió un ímpetu nuevo a su ataque a la presentación de Barrett; trabajó con frenesí en las secciones, puliéndolas y eliminando las incongruencias. Se suponía que era un borrador, pero sabiendo que Pedro lo repasaría no quería que hubiera ningún fallo. Imprimió el documento a las tres de la mañana, lo encuadernó y fue a su despacho para dejarlo en su bandeja. Él leía unos papeles, pero alzó la vista cuando la oyó entrar.


—¿Ésa es la presentación de Barrett? Estupendo. Lo primero que haré por la mañana será echarle un rápido vistazo. No tenemos que ir al aeropuerto hasta las diez, así que disponemos de algo de tiempo —ella no pudo sentirse un poco irritada de que no quisiera mirarla en ese momento. Él se levantó—. Bueno, si eso es todo, será mejor que te lleve a casa.


—Están las transcripciones que me diste antes de irnos a cenar —le recordó.


—No había mucho en las cintas... Puedes hacerlo por la mañana antes de irnos —enarcó una ceja—. No me digas que no quieres que te lleve a casa, Cinco Por Ciento. He deseado hacerlo toda la noche.


—Bueno, no pienso esperar el autobús nocturno —repuso.


—No, no te dejaré —acordó con una leve sonrisa—, así que te llevaré a salvo a casa.


Pedro permaneció en silencio todo el trayecto. Sin saber qué pasaba por su cabeza, Paula se vió inmersa en su propio torbellino. ¿Pensaría dejarla de esa manera después de todo lo sucedido? ¿Daría por hecho que esperaba que la besara? ¿Querría pasar? Frenó delante de la casa de ella y apagó el motor. Paula abrió su puerta.


—Gracias por el viaje —dijo con educación.


—Te acompañaré hasta la entrada —indicó él. Bajó del vehículo y con cortesía la escoltó hasta la puerta.


No quería dar la impresión de que esperaba que pasara algo; sería tan bochornoso si no sucedía. Abrió el bolso y comenzó a hurgar nerviosa en busca de las llaves.


—Paula —comenzó Pedro con suavidad y la insinuación de una risa en la voz—, ¿Qué haces?


Ella se sobresaltó y el bolso se le resbaló de las manos, dando vueltas y soltando todo su contenido en el suelo. Se arrodilló para recoger sus posesiones, pero él se adelantó. Se apoyó en una rodilla, levantó el bolso y de forma metódica se puso a guardar su contenido en él. Al final lo único que quedaba fuera eran las llaves. Le entregó el bolso, recogió las llaves y se incorporó. 

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