lunes, 6 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 28

Pedro estudió su rostro colorado, bajó por la garganta y hasta los pechos, donde se detuvo. Paula notó cómo se le endurecían los pezones y se cruzó de brazos para taparse. Él respondió arqueando una ceja.


–¿Y quién sabe? –comentó–. Tal vez no estemos tan mal. Quizás encontremos la manera de mantenernos entretenidos.


–Si estoy aquí es estrictamente por Olivia. Nada más. ¿No te ha quedado claro?


–Como el agua, pero, por desgracia, tú también eres tan transparente como el agua y yo lo puedo ver todo –le respondió Pedro con una sonrisa–. ¿Y sabes lo que veo? A una mujer luchando contra sus deseos sexuales. A una mujer que sabe que es una batalla perdida porque me desea. Me desea mucho más de lo que es capaz de admitir.


–Te equivocas, Pedro Alfonso. Eres un iluso arrogante.


–Mira quién fue a hablar –respondió él con los ojos brillantes.


Pedro estudió a Paula con el ceño fruncido. Tal vez estuviese engañándose a sí misma, pero a él no lo engañaba. Su cuerpo la había delatado. A él nunca le había costado ningún esfuerzo atraer a las mujeres. Era moreno y guapo y, además, encantador, así que había sido un imán para el sexo contrario ya desde la pubertad. Incluso en la cárcel había conseguido engatusar a las pocas mujeres que habían trabajado en la cárcel: Las trabajadoras sociales, la bibliotecaria, las cocineras. Todo el mundo había sabido que tenía privilegios especiales gracias a su encanto. Pero el caso de Paula era especial. Quizás porque ella intentaba negarlo, o porque aquello le demostraba que tenía un cierto poder sobre ella. O, tal vez, solo porque era ella. Había sabido que Paula no dejaría a Olivia sola con él. Por eso le había dicho sin pensarlo que le daba igual si se quedaba o se marchaba, había estado seguro de ganar. Porque, en realidad, sí que le importaba. Demasiado. Darse cuenta de aquello no mejoró su humor. Tomó la botella de vino y le hizo un gesto a Paula, pero ella negó con la cabeza, así que solo rellenó su copa. Clavó la vista en la pared del fondo, donde habían hecho el amor solo un par de días antes. No, no habían hecho el amor, habían tenido sexo. Un sexo rápido, furioso, frenético. Tenía que admitir que, después de hacerlo, no se había sentido satisfecho, sino más bien disgustado. No por ella, ni por lo que habían hecho, sino porque se había dado cuenta de que quería más, mucho más. Y el disgusto provenía de cómo se había comportado con ella. Dió un sorbo a la copa de vino e intentó encontrar alguna justificación a aquel repentino ataque de consideración. Tantos años sin estar con una mujer debían de haberlo trastornado. Con veinte años, se había divertido mucho y había sacado el máximo partido a su belleza, dinero y poder. Había amado a muchas mujeres, y ellas a él, y pretendía volver a hacerlo, pero antes tenía que olvidarse de aquella.

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