lunes, 6 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 30

 –Ven, mamá. Vamos a ir en el barco de mi papá.


Paula cerró los ojos, volvió a abrirlos y miró a Olivia, que parecía feliz. Lo único que le faltaba a ella era pasar el día en el barco de Pedro. Sabía que esa era su pasión, que era feliz subido a su barco, descalzo, con la brisa despeinando sus rizos oscuros.


–Date prisa, mamá. ¡Vístete!


Respiró hondo, apartó la sábana y se sentó al borde de la cama. Se detuvo. La imagen de Pedro, sonriendo y relajado, con los ojos brillantes porque iba a navegar, se había quedado anclada en su mente, no la podía borrar. Él había adorado la vida, había sido un chico alegre. Libre. Y le habían arrebatado esa libertad. Mientras se desperezaba, Paula pensó por primera vez en cómo debía de haber sido aquello para él. Que a Pedro le hubiesen privado del mundo exterior, del sol y del mar, que hubiese perdido su libertad durante cuatro años y medio… Debía de haber sido toda una tortura. ¿Y si además no había sido culpable? ¿Y si era inocente? paula se llevó un puño a la boca y se mordió los nudillos. Al verse sola y embarazada, había sacado fuerzas de flaqueza para salir adelante, criar a su hija, estudiar. Y durante las horas más oscuras, durante las largas y solitarias noches, se había obligado a recordar lo que Pedro había hecho, el hombre que era en realidad. Pero en esos momentos ya no estaba segura. O sí. Pedro era inocente. Estaba convencida. De hecho, siempre lo había estado. Lo que significaba que su padre había sido el culpable.


–¡Mamá! –le gritó Olivia, agarrándola de la mano para intentar ayudarla a ponerse en pie–. Papá nos está esperando.


Paula fue al baño. Tendría que hablar con Pedro y enfrentarse a la verdad, por dolorosa que fuese. Se lo debía. Se protegió los ojos del sol y vió cómo Olivia chapoteaba en el mar azul turquesa. Estaba con Pedro a cierta distancia del barco, pero Paula confiaba en él. Olivia todavía no sabía nadar, pero le habían puesto unos flotadores y Pedro le estaba enseñando en esos momentos.


–Bien hecho, ya casi lo tienes –le estaba diciendo–. Ahora, a ver si puedes venir hasta donde estoy yo.


Se apartó un poco y esperó a que la niña chapotease hacia él.


–¡Muy bien, lo has conseguido! –la felicitó, tomándola en brazos mientras la pequeña gritaba contenta.


Entonces ambos se dirigieron hacia el barco. Y Paula volvió a clavar la vista en su libro.


–¿Has visto eso, mamá?


El barco se tambaleó mientras Olivia y Pedro subían a bordo.


–He nadado sola.


–Eso es estupendo, cariño –le respondió ella, cerrando el libro y dejándolo a un lado para demostrar que en esos momentos era ella la que llevaba el mando–. Ahora, ven, tienes que secarte.


Olivia la abrazó y el contraste de su cuerpo frío con el de Paula, caliente por el sol, hizo que a esta se le pusiese la piel de gallina. Consciente de que Pedro la miraba, ella se concentró en quitarle los flotadores a la niña. Luego le dió la mano y se la llevó hacia el camarote. Pero Pedro estaba en medio.

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