lunes, 27 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 69

Pedro la observó desde donde estaba, apoyado en un árbol, a unos treinta metros. Había sido fácil seguir su cabello rojizo entre la multitud y el vestido dorado brillando bajo las luces de la ciudad. Habría sido capaz de encontrarla incluso con los ojos cerrados, porque se sentía atraído por ella, lo hipnotizaba. Lo había embrujado… Paula se estremeció, la fina lluvia se posó en su piel desnuda, bajó entre sus pechos. Pensó que debía tomar un taxi y volver a casa. Entonces se le ocurrió que tal vez Pedro hubiese ido allí. ¿Para qué perseguirla por las calles de Londres cuando podía ir a instalarse en su viejo sofá y esperar a que regresase? O tal vez hubiese vuelto a su elegante habitación de hotel a celebrar la victoria.


–¿Paula?


Se giró sobresaltada y chocó contra el duro pecho de Pedro. Sus fuertes brazos la rodearon, la apretaron contra su cuerpo, y ella se sintió muy bien.


–Estás empapada –comentó él, apartándose para quitarse la chaqueta y ponérsela por encima de los hombros.


Luego la miró a los ojos.


–¿Por qué me estás siguiendo? –inquirió ella en tono débil.


Quería enfrentarse a él, pero estaba cansada de pelear. Estaba muy cansada. Pedro dejó escapar una carcajada.


–¿No pensarías que te iba a dejar marchar?


Pasó una mano por sus rizos mojados y le metió un mechón de pelo detrás de la oreja.


–Jamás te dejaré marchar –añadió con voz muy tranquila.


Paula lo miró a los ojos.


–¿Y lo que yo opine no importa? –preguntó.


–No importa nada, en absoluto –respondió Pedro, inclinando la cabeza para rozar sus labios en un suave beso–. A partir de ahora, harás lo que yo diga.


–Eso piensas, ¿No?


–Sí, pero quiero que me respondas a la pregunta que te ha hecho salir corriendo del restaurante –le dijo él muy serio–. ¿Me quieres, Paula?


Ella esperó unos segundos y entonces se rindió.


–Sí.


–Entonces, dilo –insistió él, decidido a torturarla.


–Te quiero, Pedro.


No merecía la pena seguir negándolo.


–Preferiría no hacerlo, pero no puedo evitarlo.


–Umm… Me gusta la primera parte de la confesión. La segunda, menos.


–No te burles de mí, por favor. No es gracioso.


–No me estoy riendo. Tenía miedo de que no me quisieras. Podía obligarte a compartir la custodia de Olivia, a que vinieses a vivir conmigo a Grecia, o a donde fuese, pero todo eso no me importaba en realidad. A lo único que no podía obligarte era a que me amases.

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