viernes, 10 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 38

Le encantaba ver cómo disfrutaba la pequeña en Thalassa, y le encantaba que eso le fastidiase a su madre. Por un lado, a Paula le gustaba ver feliz a su hija, pero, por otro, no dejaba de recordarse, y de recordarle a él, que aquello no eran más que unas vacaciones, que pronto volverían a Londres. Eso ya lo verían. Pedro todavía no tenía claro lo que iba a hacer, pero sí que no tenía la intención de dejar marchar a Olivia. Porque adoraba a su hija. La niña le había robado el corazón desde el primer momento y quería seguir teniéndola cerca. Si para ello tenía que domar a su madre, lo haría. A pesar de que «Domar» no era la palabra adecuada. Pedro no quería a una Paula dócil. Le encantaba que fuese salvaje. Por su propio bien, había decidido concentrarse solo en la atracción sexual que había entre ambos. Solo habían hecho el amor dos veces, con un intervalo de más de cuatro años y medio, y ninguna de las dos había sido perfecta. La siguiente vez que le hiciese el amor a Paula, porque estaba seguro de que iba a haber una siguiente vez, y pronto, se iba a asegurar de que las condiciones fuesen las correctas. Por ese motivo, se había dedicado a elaborar cuidadosamente un plan.


Aquella mañana había llegado correo para Paula. Debía de habérselo enviado la mujer con la que compartía casa en Londres. Rafael se lo había llevado junto con una muñeca para Olivia, regalo de Juana y suyo. La niña había dado las gracias de manera educada, aunque Pedro se había dado cuenta de que miraba la muñeca con recelo. Cuando se había quedado sola, la había desnudado mientras su madre miraba las cartas y solo se molestaba en abrir una, leerla y volver a meterla en el sobre.


–¿Algo interesante? –había preguntado Pedro al ver que Paula apretaba los labios.


–No mucho –había respondido ella–. Es del abogado de mi padre. Van a leer el testamento el día veintiocho.


–¿Mañana?


Ella había mirado su teléfono para comprobar la fecha.


–Sí.


–¿Vas a ir?


–No. Tiene el despacho en Atenas. Además, no quiero saber nada de la herencia de mi padre… Ahora que sé la verdad.


Lukas la había visto bajar la vista. El hecho de que por fin Paula hubiese aceptado la verdad no le había producido ninguna satisfacción. Más bien, su dolor había hecho que se le encogiese el corazón.


–Mis hermanastros pueden repartirse lo que haya quedado.


–Si tú no estás allí para firmar, no podrán –le había informado él–. Te sugiero que vayas a Atenas y que aproveches la oportunidad para dejar todos los cabos atados. Tal vez entonces puedas pasar página.


–Y yo te sugiero a tí que no te metas en los asuntos ajenos.


En vez de enfadarse al oír aquella respuesta, como habría sido de esperar, Pedro se había sentido casi aliviado al ver que Paula seguía luchando.


–¿He metido el dedo en la llaga?

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