miércoles, 1 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 20

Pedro llenó la cafetera y miró a las palomas que poblaban los tejados de Londres mientras esperaba a que el agua echase a hervir. Veinticuatro horas antes no se habría podido imaginar que estaría allí.


–Hola –lo saludó una voz de niña.


Él se giró y vió a una pequeña con la cabeza cubierta de rizos oscuros despeinados y ojos verdes soñolientos que lo miraban desde la puerta. «Su hija».


–¿Quién eres?


Lo miró con curiosidad.


–Pedro. Pedro Alfonso–respondió él, alargando la mano para bajarla enseguida.


–Yo soy Oli.


–Umm, sí, ya lo sé.


–Es el diminutivo de Olivia. Y tengo cuatro años y medio. ¿Cuántos años tienes tú?


–Esto… Treinta y uno.


Olivia lo estudió con la mirada.


–Mamá tiene veintitrés y Florencia, veintitrés también, pero Flor es mayor porque cumple los años antes.


–De acuerdo. ¿Por qué no vas a buscar a tu mamá?


–Porque no puedo, tonto. Mamá se ha ido a Grecia a despedirse de mi abuelo. Yo no lo conocía. Se ha muerto. ¿Quieres un zumo?


Olivia arrastró una silla y se subió a ella para abrir la puerta de la nevera. Estaba mirando dentro cuando volvió Paula.


–¿Oli?


–¡Mamá!


La pequeña cerró la puerta de un golpe y se lanzó hacia su madre, abrazándola con las piernas por la cintura, con mucha fuerza.


–¡Has vuelto! ¡Te he echado de menos!


–Y yo a tí, cariño.


–He sido muy valiente. Se lo puedes preguntar a Florencia.


–Estoy segura de que es cierto.


Paula le dió un beso en la cabeza y la dejó en el suelo, pero no le soltó la mano.


–Veo que ya has conocido a Pedro.


–Sí. Tiene treinta y un años.


–Sí. Supongo que te preguntas qué hace aquí.


–A lo mejor se ha perdido –respondió la niña.


–No, Oli, no se ha perdido. Ha venido a conocerte.


–¡Ah! –dijo la niña, mirándolo con interés.


–El caso es… Oli, que tenemos algo que contarte. ¿Por qué no vienes aquí y te sientas en mi regazo?


Paula apartó una silla, se sentó y tomó a Oli en brazos. A Pedro le sorprendió su cercanía, no solo física, a pesar de que Oli abrazaba a su madre por el cuello y estaba pegada contra su cuerpo, sino emocional. Parecían muy unidas, parecían una sola persona. En otras circunstancias, aquello le habría encantado, pero, en esos momentos, Pedro se sintió como un extraño, como si no pintase nada allí.

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