viernes, 3 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 22

 –¡Más rápido! ¡Más rápido!


Paula miró hacia el columpio en el que Olivia estaba sentada y que empujaba Pedro. Su hija tenía la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Cualquiera que no los conociese pensaría que eran un padre y una hija, divirtiéndose juntos bajo la luz del sol, pero Paula se dió cuenta de que los hombros de Pedro estaban tensos, tenía la mandíbula apretada y una mano metida en el bolsillo del pantalón. Habían desayunado en la terraza de una cafetería de Hyde Park. Lo había decidido Olivia. Estaba cerca de un parque y del lago, dos de sus lugares favoritos. Olivia se había comido dos donuts y medio y él la había observado en silencio, probablemente esperando a que Paula reaccionase enfadada, cosa que ella se había negado a hacer. No iba a meterse en aquel juego sucio. Había cosas mucho más importantes en juego. Además, como Pedro continuase columpiando a Olivia con aquella fuerza, era posible que la naturaleza le devolviese el tanto a ella, de preferencia, encima de su inmaculado traje de diseño. Dió otro sorbo a su café. Aquello era muy extraño, no parecía real. Los tres juntos, en aquel parque de Londres. Siempre había sabido que, en algún momento, tendría que contarles la verdad a los dos. Era una de las muchas cosas que le había quitado el sueño por las noches. Ya estaba hecho, pero, al mirarlos a ambos, Paula no sentía alivio, sino miedo. Pedro había cambiado mucho, ya no era el chico divertido, abierto y generoso del que ella se había enamorado. Se había convertido en un hombre frío, calculador, despiadado. Un hombre dispuesto a cualquier cosa para conseguir su objetivo. Un niño se acercó al columpio y ella vió cómo miraba la madre a Pedro.


–Agárrate bien –le advirtió Olivia al pequeño–. Mi papá empuja muy fuerte.


«Mi papá». ¿Era posible que lo hubiese aceptado tan pronto? ¿Y por qué hacía eso que Paula se sintiese todavía más incómoda? Unos minutos después, Olivia iba corriendo hacia ella, con los ojos brillantes y el otro niño a su lado.


–¿Puedo ir al tobogán con Nahuel, por favor?


–Sí, yo los miraré desde aquí.


Los dos salieron corriendo y Paula se dió cuenta de que la madre de Nahuel la miraba con decepción. Se sonrieron educadamente y la otra mujer siguió a los niños.


–¿Otro café? –preguntó Pedro, llamando al camarero.


–No, gracias. De hecho, tendríamos que irnos.


–¿Tenías otros planes para hoy? –le preguntó él en tono socarrón.


–¿Y qué si los tuviera? –replicó Paula–. Olivia y yo tenemos una vida, ¿Sabes? Una buena vida. He hecho todo lo que he podido para que crezca segura y feliz, y no le falta de nada.


–Salvo un padre, por supuesto –respondió él mientras se ponía azúcar en el café y se llevaba la taza a los labios.


Paula frunció el ceño.


–Por suerte, eso voy a poder cambiarlo.


–Tal vez –admitió ella–, pero no pienses que vas a poder irrumpir en nuestras vidas como si no pasase nada. Oli es feliz. Lo último que necesita es que le trastoquen la vida.


Pedro dejó lentamente la taza encima de su plato y la miró a los ojos.

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