miércoles, 8 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 33

Notó que se movía a su lado y se giró a mirarla. Vió cómo se humedecía los labios secos con la punta de la lengua y cambiaba de postura. Tomó el libro que había quedado pegado a su vientre, con las páginas ligeramente manchadas de crema solar. Pedro había visto cómo se la extendía por todo el cuerpo un rato antes y había deseado hacerlo él. Paula abrió sus ojos verdes. Y Pedro estaba lo suficientemente cerca para darse cuenta de que, por un instante, lo miraba con deseo.


–¡Pedro! –le dijo entonces, indignada–. Me has asustado. ¿Qué haces aquí, mirándome?


–Solo estaba disfrutando de las vistas.


–Pues no lo hagas más.


Paula no sabía qué Pedor le resultaba más intimidante, el vengativo y agresivo del entierro de su padre, o el sarcástico y arrogante que la recorría con la mirada en esos momentos. Ninguno de ellos representaba al Pedro que ella había conocido. Del que se había enamorado. Y, no obstante, sabía que aquel hombre seguía estando en él. Lo había visto con Olivia, cariñoso, paciente. Lo había visto al subirse al yate, sonriendo, olvidándose por un instante de lo mucho que la odiaba. Empezó a sentir calor bajo su mirada.


–¿Hay agua fría en la nevera? –le preguntó.


–Por supuesto.


Pedro se puso en pie rápidamente y volvió con una botella de agua mineral. Paula bebió y luego se dió cuenta de que estaba empezando a quemarse, algo que le ocurría con facilidad. Por suerte, Olivia había heredado el color de piel de su padre, aunque un par de tonos más claro. Paula hizo ademán de ponerse en pie.


–Voy a ver cómo está Olivia.


–No hace falta. Acabo de hacerlo yo. Sigue dormida.


–Ah, de acuerdo –respondió ella, volviendo a sentarse.


Pedro había hablado en tono frío, como si hubiese esperado que ella le llevase la contraria, o como si estuviese esperando algo. La miró a los ojos un par de segundos y luego se tumbó en los cojines, con un brazo debajo de la cabeza. Era un hombre impresionante, moreno y fuerte. Y a Paula le entraron ganas de tocarlo. Así que dobló las rodillas y se abrazó a ellas. Pasaron varios segundos en silencio, sin hacer nada. Ella tomó aire. Sabía que había una manera de romper la tensión sexual que él estaba creando a propósito entre ellos. Se aclaró la garganta.


–Pedro, he estado pensando –empezó, moviéndose con nerviosismo, obligándose a mirarlo a los ojos.


Él arqueó una ceja.


–Lo que me dijiste acerca de mi padre… Es verdad, ¿No? El responsable del tráfico de armas era él.


–Sí, Paula. Es verdad –respondió él.


–Y Horacio… No tenía nada que ver, ¿No?


–Nada en absoluto.


–Ni tú tampoco.


Él se limitó a inclinar la cabeza. Le brillaron los ojos.

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