miércoles, 8 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 34

Pasaron varios segundos, Paula deseó poder meterse en el mar y huir de aquella horrible situación. En vez de eso, se abrazó las rodillas con más fuerza.


–Lo siento mucho, Pedro –le dijo en un susurro.


–¿Que lo sientes? –preguntó él–. No creo que una disculpa sea suficiente, después de lo ocurrido.


–Bueno, no, pero…


–Me quedé sin libertad, mancharon mi nombre, me arruinaron la vida.


–Es evidente que no hay nada que pueda compensarte por todo eso.


–Por haber matado a mi padre.


Aquello hizo que Paula levantase la cabeza.


–Eso no es justo –le respondió–. El corazón de Horacio ya estaba débil, lo dijo la autopsia. Podría haber fallecido en cualquier momento.


–Y, no obstante, falleció mientras discutía con tu padre.


–No obstante…


–¿Todavía vas a defenderlo, Paula? ¿Al monstruo de tu padre?


–No.


–Porque, si es así, te sugiero que abras los ojos y veas que era un individuo abyecto.


–Sé que hizo algo terrible, Pedro.


A punto de echarse a llorar, Paula se tapó la cara con las manos temblorosas. Le resultaba muy doloroso enfrentarse a la culpabilidad de su padre, pero tenía que hacerlo. Y tenía que enfrentarse a Pedro también. Ella no era responsable de lo que Miguel había hecho. Pensase lo que pensase Pedro, ella no había hecho nada malo. Y tenía que convencerlo de ello. Tomó aire, apartó las manos y dijo:


–Te prometo que no tenía ni idea. Tienes que creerme.


–De acuerdo –dijo él–. Te creo.


–Bien. Entonces, ¿Aceptas que no tuve nada que ver con ello?


–Si tú lo dices…


–Por supuesto que lo digo –replicó ella con firmeza–. Yo no soy culpable de los delitos que cometiera mi padre.


–No, pero sigues siendo culpable de haberme traicionado.


–No, ya te he dicho…


Él levantó la mano para interrumpirla.


–Aceptaste la versión de tu padre sin dudarlo. Creíste que yo era capaz de cometer los delitos de los que se me acusó y ni siquiera me preguntaste. Para mí eso es una traición.


–Me equivoqué… Ahora me doy cuenta –dijo Paula–. Y siento mucho no haber confiado en tí.


–¡No quiero tus disculpas! –exclamó él en tono duro, amargo– . Ya me da igual lo que pienses de mí.


La miró fijamente.


–Todavía no lo entiendes, ¿Verdad?


Paula lo miró en silencio.

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