miércoles, 1 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 19

Paula bajó la mirada y, de repente, se sentó recta, como si se le acabase de ocurrir una idea.


–De todos modos, Oli no puede viajar al extranjero porque no tiene pasaporte.


–¿No será otra de tus mentiras? Porque si lo es…


–No, es la verdad.


–Muy bien –dijo él, buscando rápidamente otra solución–. En ese caso, tú y yo vamos a viajar a Inglaterra juntos. Así podrás presentarme a mi hija.


La mirada de Paula era de horror.


–Le pediré a mi piloto que tenga el avión preparado cuanto antes.



Muy a su pesar, cuando llegaron por fin a casa de Paula, en Londres, ya estaba empezando un nuevo día. El viaje había sido muy lento. Bajaron del coche que había alquilado en el aeropuerto y Pedro estudió el edificio. No estaba mal. Era una casa de estilo victoriano de tres plantas, en una calle tranquila y estrecha. A su lado, Paula buscó las llaves en el bolso. Casi no se había dirigido a él en todo el viaje, pero a Pedro le daba igual. Le había venido bien para poder ordenarse las ideas e intentar decidir cómo iba a actuar. Ella había accedido a utilizar el dormitorio que había en el avión, pero, a juzgar por su cara, no debía de haber dormido mucho. Tenía ojeras.


–Hay que entrar con cuidado. Olivia estará dormida. Y Florencia también.


Él se imaginó que Florencia debía de ser una especie de amiga que se había quedado al cuidado de la casa y de la niña. La tendría que investigar también, para asegurarse de que era la persona adecuada para estar cerca de su hija. Aunque probablemente ya fuese demasiado tarde para aquello. Cerró los puños al pensarlo. Paula lo condujo por un pasillo en el que había bicicletas, una motocicleta de plástico y un montón de cartas.


–Sígueme, vivimos en el último piso.


–¿No es tuya toda la casa?


–Nada es mío, Pedro –respondió ella por encima del hombro– . Tengo un piso alquilado. Y si me lo puedo permitir es solo porque lo comparto con Florencia.


Pedro guardó silencio. Si Paula pensaba que le iba a dar pena, estaba muy equivocada. Además, lo distrajo el balanceo de su trasero enfundado en unos ajustados vaqueros mientras subía las escaleras delante de él.


–Ya estamos.


Paula abrió la puerta y encendió la luz del estrecho pasillo. Lo condujo hasta la cocina. Por un instante, se quedaron mirándose el uno al otro. Pedro se sintió demasiado grande, fuera de lugar en aquel espacio tan pequeño.


–¿Pau? –llamó una voz desde el otro lado del pasillo–. ¿Eres tú?


–Sí, soy yo –respondió Paula en un susurro, antes de girarse hacia Pedro–. Voy a hablar con Florencia. ¿Quieres prepararte un café?


Abrió un armario y sacó un paquete de café, se lo dió y señaló la cafetera.


–No hagas ruido.

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