lunes, 6 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 29

Además, era padre. Tal vez ya no fuese apropiado que una sucesión de mujeres fuese pasando por su cama. Quizás hubiese llegado el momento de ser más responsable. No quería que su hija desayunase cada día con una amante diferente. Aunque aquel nunca hubiese sido su estilo. Siempre había preferido una habitación de hotel anónima, siempre había valorado la libertad de poder cerrar la puerta y marcharse. Siempre había valorado su intimidad. Todo lo contrario que Miguel. Pedro miró a Paula, que estaba jugando con la comida, con las mejillas todavía coloradas. A Miguel no le había importado pasear a sus conquistas delante de su hija, o de cualquiera. Si es que podía llamarse «conquistas» a la sucesión de mujeres desesperadas y ambiciosas que habían pasado por su cama. No había sido fiel a ninguna de sus tres esposas. Y los tres matrimonios habían terminado mal y, en el caso del de la madre de Paula, en tragedia. Y, no obstante, ella había ayudado a su padre y le había sido fiel hasta el final. Frunció el ceño y dejó el tenedor en el plato. Aquello no tenía ningún sentido. Salvo que ella le hubiese dicho la verdad acerca de aquella fatídica noche. No. Se negaba a dejarse engañar. En cualquier caso, su comportamiento no se parecería en nada al de Miguel Chaves, solo de pensarlo se le revolvía el estómago. Porque la pequeña Olivia ya había conquistado su corazón. Se dió cuenta, sorprendido, de que sería capaz de hacer cualquier cosa por ella. Y de que iba a formar parte de su vida para siempre. La cuestión era qué iba a hacer con su madre.



-Despierta, dormilona.


Paula abrió los ojos y vió a su hija junto a la cama. En una mano llevaba un koulouri a medio comer y en la otra, un pan con forma de anillo, cubierto de semillas de sésamo que se estaban cayendo sobre la colcha.


–Tienes que levantarte.


Paula la abrazó y aspiró su olor a niña pequeña.


–Buenos días, cariño. ¿Has dormido bien?


–Sí –respondió Olivia con impaciencia–, pero tienes que darte prisa. Tenemos mucho que hacer.


Paula se apoyó en un codo y se miró el reloj, sorprendida de lo tarde que era. Había pasado la noche en la habitación más grande de la casa, que Juana había preparado para la feliz pareja llenándola de flores frescas y velas. Incluso había echado pétalos de rosa por la cama, detalle que había hecho que Pedro sonriese de medio lado al abrir la puerta. En esos momentos, se dió cuenta de la realidad a la que había accedido: A quedarse en Thalassa con Olivia una temporada. En realidad, no había tenido elección. No tenía dinero ni contactos. Pedro, sí. Pero se le aceleraba el pulso solo de pensar en él. Perdía el control, el raciocinio y la sensatez cuando lo tenía cerca. Por no hablar de lo que ocurría con su libido.

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