lunes, 23 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 25

—Nico tenía razón respecto a usted.

—¿En qué? —preguntó Pedro, con ojos brillantes.

—Puede cuidar de sí mismo mejor que nadie. Eso hace que un niño se sienta seguro.

Paula podía haber añadido que también a ella la hacía sentir segura, pero pensó que un comentario tan personal estaría fuera de lugar. Un hombre que llevaba la alianza de su esposa muerta lo hacía porque no pensaba volver a casarse. Cualquier chica lista debería saber que él no estaba disponible.

—Vamos, Nico—lo llamó Paula—. Vamos a nadar.

—¿Por qué no saltamos juntos? —sugirió Pedro—. Tápate la naríz, Nico.

—Bien.

—¿Estás listo?

—¡Sí!

Saltaron juntos, salpicando mucha agua y empapando a Paula. Nico rió a carcajadas.

 —¿A qué está esperando, señorita Chaves?

—A nada —contestó Paula y saltó junto a ellos.

 Paula había enseñado a su sobrino a flotar. Bajo la atenta supervisión de su héroe, el pequeño hacía unos progresos increíbles. La razón era que lo estaba pasando mejor que nunca. Poco después, el guardabosques fue por sus gafas de bucear. Más diversión para Nico. El pequeño estaba disfrutando tanto que no era consciente del sol abrasador. Aunque su tía le había puesto protección solar, su delicada piel estaba siendo expuesta demasiado tiempo.

—Odio tener que interrumpir, pero es hora de entrar, tesoro. Si no, te pondrás todo rojo como un cangrejo.

—¡Pero no quiero salir de la piscina! —protestó el pequeño.

Paula se sintió como la bruja mala del cuento. Pedro se adelantó y se puso a Nico sobre los hombros, distrayéndolo. La miró y, como siempre que la miraba de forma tan directa, ella se derritió.

—Tu tía tiene razón, Nico. Tírate una vez más, luego, nos cambiaremos e iremos al cuartel general. Creo que te está esperando un refresco de zarzaparrilla.

—¿Puedo? —le preguntó Nico a su tía con gesto suplicante.

—Quizá un ratito.

—¡Hurra! —gritó Nico.

 A continuación, trepó a los anchos hombros de Pedro—. Bien. Estoy preparado. ¡Mírame, Pau!

El niño se tiró de cabeza a la perfección. Cuando salió del agua, Paula sonrió y aplaudió.

—Hacen un buen equipo los dos.

—¿Eso cree? —dijo Pedro, contento.

Entonces,  dejó a Nico sobre el borde de la piscina y salió de un salto lleno de gracia masculina. Paula nadó hasta la escalera y salió también. Él la observó mientras caminaba hacia ellos.

—¿Con diez minutos les  bastará para cambiarse?

 —Sí —repuso Paula—. Yo lo acompañaré al vestíbulo.

—Bien —dijo Pedro y miró a Nico—. Te veo luego, cara de torpedo —añadió y le chocó la mano.

—¡Hasta luego, cara de huevo! —replicó Nico a voz en grito.

El niño estaba decidido a estar a su altura en el juego de las rimas. Eso provocó un estallido de risa en Pedro, antes de entrar en el vestuario de hombres. Su musculoso cuerpo atrajo la mirada de varias mujeres a su paso, incluida la de Paula.

Paula agarró a Nico de la mano y salieron de la piscina, hacia su habitación. Hablaron durante todo el camino sobre la persona favorita del niño y continuaron haciéndolo, sin parar, durante el baño. Ella se duchó rápido y los dos se vistieron. Al llegar al vestíbulo, el niño corrió hacia el guardabosques jefe.

—¡Espera, Nico! —ordenó, y agarró al niño, porque Pedro estaba hablando por el móvil.

—¿Qué llevas en el bolsillo, campeón? —preguntó Pedro, que había colgado enseguida.

—A Lobezno.

—Cuando lleguemos a mi despacho, tendrás que presentármelo.

Paula se inclinó y besó con ternura a su sobrino en la frente.

—El señor Alfonso todavía tiene que trabajar, así que iré a recogerte enseguida. El niño asintió, aunque no la estaba escuchando.

—Yo lo traeré, Paula.

 El modo en que pronunció su nombre hizo que ella se estremeciera hasta lo más profundo de su ser.

—¿Te importa si te tuteo?

—Claro que no. Gracias por ser tan bueno con Nico.

—Tu sobrino me llama Pepe. ¿Por qué no haces lo mismo?

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