domingo, 22 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 16

—Entonces, vamos a darle gusto. Entre.

Pedro la siguió dentro de la habitación y dejó la mochila del niño en la cama más cercana. Paula sacó un pijama limpio del cajón y se dirigió al baño. Por el rabillo del ojo, vió cómo él descolgaba el teléfono de la mesita. Después de habersetomado todo el día libre para estar con Nico, sin duda tendría una tonelada de mensajes en su despacho.

Nico ya había abierto los grifos y estaba enjabonándose.

—¿Dónde está Pepe?

—Está pidiendo la cena. Vamos, te lavaré el pelo. Lo tienes lleno de hierba y paja.

—Hemos tenido que arrastrarnos debajo de los árboles. Él me ha dejado usar sus prismáticos. Son muy potentes. Se puede ver el pico de águila desde kilómetros de distancia.

—¿Has visto un águila?

—Sí. Un águila dorada. Pepe dice que hemos sido muy afortunados. Era grande y tenía plumas doradas detrás de la cabeza.

—¡Qué emocionante!

—Sí. Hemos comido mantequilla de cacahuete y sándwiches de gelatina y patatas fritas. Estoy deseando ir con él el sábado.

Otra vez con eso. Pero Paula no quiso estropearle el día hablando de su regreso a casa. Al día siguiente por la mañana se lo diría, cuando hubiera descansado.

—Ya veo que lo has pasado genial.

—Sí. Pepe es divertido. Me ha enseñado la canción que solía cantarle su abuelo.

Paula estaba fascinada por el cambio que observaba en Nico. Tenía que darle las gracias al señor Alfonso por haber llenado a su sobrino de auto confianza.

—¿La recuerdas?

—Sólo me acuerdo de la primera parte —dijo el niño y puso voz grave—. Vivo bajo el viaducto, junto a las plantas de vinagre, pero no soy un tipo desagradable, porque, porque… —cantó y se interrumpió—. No recuerdo más.

Paula no pudo evitar reír ante su excelente imitación.

—Quizá sea mejor que no te acuerdes —bromeó ella—. Ya estás listo.

Ella quitó el tapón de la bañera y le tendió al niño una toalla. Nico estuvo pronto vestido con su pijama favorito, con estampado de coches, y deseando reunirse con el hombre que había en la habitación. Cuando salieron del baño, comprobó que el Pedro seguía al teléfono. En ese instante, alguien llamó a la puerta.

—¡Yo voy!

 —¡No, Nico! —ordenó Paula.  Se dirigió a la puerta y abrió. Un camarero del comedor estaba esperando, con un carro con comida—. Hola. Adelante.

Cuando el joven camarero entró, ella  buscó en su bolso para darle una propina. Pedro ya había colgado el teléfono.

—Yo me ocuparé —le dijo Pedro a Paula.

Pedro se sacó un billete de la cartera y se lo dió al camarero, que lo reconoció enseguida.

—Gracias, jefe —dijo el camarero sonriendo, antes de salir.

Nico levantó la cara hacia Pedro.

—Conoces a todo el mundo, ¿Eh?

 El guardabosques posó sus manos, fuertes y bronceadas, sobre los hombros de Nico.

—Tienes que conocer a la gente cuando estás al mando.

—Quiero ser como tú algún día —afirmó Nico.

Paula contuvo la respiración, esperando la respuesta de Pedro.

—No tengo ninguna duda de que cuando crezcas serás un hombre excelente, como tu papá.

—Pero él no era guardabosques.

—Un hombre de negocios también es importante. Estoy seguro de que la gente que lo conocía pensaba que era el mejor.

—Sí.

—¿Sabes qué, campeón? Huele a pizza con salami.

 —¡Sí! —gritó Nico.

El momento serio había pasado. Paula llevó los platos a la mesa y los tres se sentaron. Habitualmente, Nico sólo se comía un par de pedazos, sin la corteza, pero esa noche se comió tres. Mientras tía y sobrino compartían una pizza mediana, su invitado demostró tener un gran apetito, devorando su pizza grande y su ensalada él solo.

—¿Pepe? ¿Las mujeres guardabosques ganan dinero?

—Ganan dinero igual que los hombres. ¿Por qué lo preguntas?

 —Pau necesita ganar dine…

 —¡Nico! —lo reprendió ella, enojada.

—Lo siento.

—Creí que trabajaba para una compañía de cruceros —dijo Pedro, mirándola con gesto de curiosidad.

—Ya no —explicó ella—. En cuanto lleguemos a casa, voy a buscar un trabajo nuevo para poder estar cerca de Nico.

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