domingo, 22 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 18

—Puedo asegurarle que su explicación le ha ayudado a comenzar a curarse. Saber que sus padres no sufrieron dolor es muy importante para él. Sin embargo, antes de que regresemos a Florida, el terapeuta cree que Nico necesita ver el lugar exacto donde murieron. Cree que, al visualizarlo en la realidad, desaparecerán sus miedos imaginarios.

—Su terapeuta parece muy bueno. Por desgracia, El Capitán no es sitio para niños.

—Lo sé. Lo vimos cuando veníamos para acá —repuso Paula. La formación rocosa vertical, de cuatro mil metros de altura, era peligrosa—. Él no sabe que es el lugar donde ocurrió el accidente. Mis padres y yo le hemos ocultado los detalles, pero según el doctor Karsh no ha sido buena idea.

El guardabosques la observó pensativo.

—Déjeme pensar en ello y la llamaré mañana.

—Gracias —contestó ella, con la boca seca por el nerviosismo—. Sé que ha sido un día agotador para usted. Se lo agradezco.

—Nico lo ha pasado muy bien, pero no crea que no la ha echado de menos. Sólo hablaba de su tía Pau. Cualquiera que lo hubiera escuchado habría pensado que usted es su madre. Ojalá todos los niños huérfanos tuvieran tanta suerte.

—Gracias —susurró ella—. Estoy en proceso de adoptarlo. Espero poder hacerlo pronto.

—Entonces, es todavía más afortunado. ¿Cuándo regresan a Miami?

—El domingo por la mañana. Pasaremos el sábado por la noche en Merced. Nico no lo sabe todavía. Piensa que va a ir de acampada con usted. ¿Fue idea suya?

—Yo le dije que teníamos que hablar con usted sobre sus planes de viaje. Si le parece bien, podemos ir los tres de acampada.

Al pensar en estar a solas con el guardabosques, Paula se sonrojó.

—Me temo que no habrá tiempo para ello. Pero, como le ha escuchado decir, Nico piensa que usted es un gran hombre, todavía más que el señor Plot. No tiene ni idea de lo que significa eso para él.

Pedro se frotó la mandíbula.

—¿Por qué se van tan pronto? Hay muchas cosas que ver en el parque.

—Créame, me gustaría pasar el verano aquí. Es un paraíso, pero tengo que trabajar —repuso ella, emocionada por la sugerencia del señor Alfonso—. Mi padre está enfermo. No me gusta dejarlo demasiado tiempo con mi madre. Y Nico es la alegría de su vida.

—¿Pau? —llamó el niño desde dentro de la habitación.

Paula miró al techo fingiendo exasperación y Pedro sonrió.

—Buenas noches, señorita Chaves.

—Buenas noches.

Había sido un gran día para él, pensó Pedro, mientras caminaba bajo el cielo nocturno. Nunca había pasado el día con un niño, ni mucho menos había sido su único responsable. El niño huérfano, que había sido como un fantasma que lo había acosado durante el último año, se había convertido en un niño real. Nicolás Chaves era el niño más dulce que había conocido y le había llegado al corazón. Saber que había sufrido tanto sólo reforzaba su decisión de hacer lo que fuera para ayudarlo.

Paula le había confiado un problema que debía ser resuelto mientras Nico y ella estuvieran en el parque. Por el camino,  decidió que lo organizaría todo para el sábado por la mañana, antes de que se fueran a Merced. Con la atractiva imagen de Paula en la mente, se desvistió para ducharse. Luego, tras ponerse los pantalones de pijama, escuchó los mensajes de su contestador. No había nada urgente que no pudiera esperar al día siguiente. Entonces, telefoneó al piloto que los había llevado en helicóptero en la misión de rescate el año anterior a El Capitán.

—¿Patricio?

—¿Qué hay, jefe?

—Siento molestarte a estas horas, pero ha surgido una pequeña emergencia. Me gustaría pedirte tu opinión.

—Adelante.

Pedro le detalló la situación de los Chaves  y su plan.

—El psiquiatra del niño piensa que necesita ver el lugar donde sus padres murieron y hablar con la gente que los vio. Como pilotabas el helicóptero cuando los encontramos, sólo tú puedes darle a Nico ciertas respuestas. Su muerte lo ha traumatizado.

El otro hombre silbó.

—Pobre chico. Claro, lo haré. Si fuera mi hijo, me gustaría que le ofrecieran toda la ayuda posible para recuperarse.

—Eres un buen hombre —dijo Pedro—. ¿Cómo tienes la mañana del sábado?

—Estoy libre.

Aunque no lo hubiera estado,  sabía que el piloto había convertido a Nico en su prioridad. Todos los empleados del parque compartían la misma tristeza por lo sucedido. La muerte de los Chaves nunca sería olvidada.

—Si despegamos a las siete, habrá menos viento.

—Allí estaremos. Te debo una, Patricio.

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