lunes, 16 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 3

—Lo hará, cuando llegue el momento. Tú me has contado que fue una gran madre. Por eso, Nico no se permite pensar en ella todavía. Tú eres su tía y tienes una edad similar a la de sus padres muertos. Después de haber visto las fotos, sé que te pareces mucho a tu hermano y a Nico. El niño se siente unido a ti, más que a sus abuelos, que son mucho mayores y más sedentarios. Le aterroriza perderte en el mar —afirmó el psiquiatra—. No es raro que sus sueños se hayan hecho más violentos. Ahora es un año mayor. Por mucho que tú quieras protegerlo, verá violencia en la televisión y en el cine. Conoce más de la vida, por eso es normal que sus demonios sean peores y su imaginación esté desbocada. Su mente se pregunta qué cosa terrible irá a pasarte cuando estés fuera de su vista. Te prometo que la verdad no será ni la mitad de dura que sus pesadillas. Necesita cerrar algo que sigue sin comprender. Y la verdad es que tú también lo necesitas.

Paula apartó la mirada. El doctor Karsh tenía razón. Ella había eludido la idea de viajar a California, temiendo no ser capaz de soportarlo.

Dos semanas después de descubrir la infidelidad de su prometido y anular la boda, Paula había sido informada de que su hermano y su cuñada habían muerto en una tormenta de nieve en El Capitán, en Yosemite. Sumida en la mayor de las agonías, no había querido escuchar a Santiago, su novio infiel, que había intentado recuperarla. Ella había volcado toda su energía en Nico. Cuando se había enterado de la trágica noticia,  había estado de viaje en un crucero, donde trabajaba como administrativa. Los restos de los padres de Nico habían sido entregados en Florida antes de que ella hubiera podido regresar a casa. Toda su familia había estado conmocionada. El pequeño  seguía sufriendo. Era un milagro que pudiera asistir a la guardería. Ella había tenido que acompañarlo todas las mañanas y sentarse con él parte del día para darle seguridad. Y nunca había llegado tarde a recogerlo al final de la mañana. Aunque se había comprado una pequeña casa adosada frente al mar al terminar la universidad, se había visto obligada a alquilarla y mudarse con sus padres, para ayudar a cuidar de su precioso sobrino. En los últimos diez meses, sólo había salido de crucero seis veces.

Habían coincidido con las vacaciones escolares de Nico. En esas ocasiones, el pequeño siempre se había aferrado a sus abuelos mientras había esperado con ansiedad el regreso de Paula. Para la madre de Paula era difícil cuidar de su esposo enfermo y de un niño de cinco años, y ella no podía solicitar más tiempo libre en su trabajo. Si llevarlo a Yosemite iba a ayudarlo a curarse, entonces tenía que hacerlo, se dijo, aunque eso significara abrir sus heridas de nuevo. En secreto,  albergaba un hondo resentimiento contra las autoridades del parque. Su equipo de seguridad había tenido la responsabilidad de proteger a los turistas. Si se hubieran tomado las medidas oportunas, aquella horrible tragedia nunca habría sucedido.

Había sido el primer viaje de Mariana y Gonzalo a California. Nunca habían subido a montañas como ésas y no debían haberlo hecho sin supervisión. ¿Habría sido expulsado el guardabosques de servicio en el momento del accidente? Se proponía averiguarlo. Si se enteraba de que seguía trabajando allí, pediría responsabilidades. Incluso, tal vez, lo demandaría para que lo despidieran. Eso no le devolvería sus padres a Nico pero, tal vez, prevendría otra muerte como la suya.

—Voy a seguir su consejo —dijo Paula al fin—. Nico está de vacaciones ahora mismo, así que voy a aprovechar el momento.

—No puedo garantizar que el viaje sea una cura perfecta, pero será un gran paso adelante. Llámame cuando regreses para que hablemos de nuevo.

—Lo haré —afirmó ella y se puso en pie—. Gracias, doctor Karsh. No hace falta que me acompañe a la salida.

Al llegar al coche, llamó a su jefe. Por suerte, estaba en la oficina y ella aprovechó para explicarle su situación, algo que debía haber hecho hacía meses. No sólo iba a ausentarse del próximo crucero, sino que presentaba su dimisión. La salud mental de Nico estaba en juego. El niño debía ser su prioridad, incluso si eso significaba cambiar de profesión. A su jefe no le gustó, pero dijo que lo entendía. ¿Estaría ella dispuesta a aceptar un trabajo de oficina en Miami?, le ofreció. Cuando  le recordó que el hombre con quien había roto su compromiso trabajaba en la central de la compañía en Miami, desecharon la idea. Antes de colgar, ella prometió presentarse el martes siguiente para entregar su dimisión formal. Tras haber tomado esa decisión, sintió que se quitaba un peso enorme de encima. Por supuesto, le preocupaba tener que encontrar otro trabajo, pero se enfrentaría a ello cuando volvieran de California.

Veinte minutos después, llegó a la casa de sus padres en Caseil Heights, donde Gonzalo y ella se habían criado. El cuarto de invitados había sido redecorado para Nico. Ella lo había pintado de blanco y azul y le había comprado cortinas y una funda de edredón con sus héroes favoritos: Spiderman y los Power Rangers. Antes de que tuviera tiempo de llegar a la puerta, el niño salió corriendo de la casa para abrazarla. El pequeño era rubio, con el pelo rizado, y un poco más alto que la media de su edad, con anchos hombros y fuertes piernas. Tal vez no fuera objetiva pero, para ella,  era el niño más guapo del mundo. Ojalá aquel viaje sirviera para que el pequeño pudiera apaciguar su corazón.

—¿Por qué hoy no me has llevado contigo? —quiso saber Nico.

—Porque estaba planeando una sorpresa.

—¿Qué clase de sorpresa?

—Ven conmigo y te lo diré.

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