lunes, 16 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 4

Desde el vestíbulo, a través de la ventana del comedor, Paula miró hacia el patio, donde sus padres solían pasar las mañanas cuidando el jardín. Su padre tenía problemas de corazón, lo que hacía que se cansara con facilidad. Sacaba un par de malas hierbas y, luego, tenía que echarse en la tumbona. Su madre se ocupaba del resto. Quizá, pronto los médicos contarían con un nuevo método quirúrgico para solucionar la arritmia de su padre, pero por el momento debía seguir medicándose. Los llamó por la ventana para avisarles de su regreso. Ambos sabían que había ido al psiquiatra, así que no le hicieron preguntas delante de Nico.

—Ahora vamos con ustedes—dijo Paula.

—Tómate tu tiempo —repuso su padre, mirándola con ansiedad.

Paula iba a tener que satisfacer la curiosidad de su padre cuando estuvieran a solas. Pero, primero, debía hacer lo más importante. Respiró hondo y acompañó a Nico a su habitación. El niño había hecho la cama como mejor había podido y ambos se sentaron encima.

—¿Cuál es la sorpresa? —preguntó él, impaciente.

—Tú y yo vamos a irnos de viaje, si puede ser, mañana —dijo Paula, tomándole la mano.

Nico parpadeó.

—¿Adonde?

—A California —contestó ella, sintiendo que se le aceleraba el pulso.

—¿Dónde murieron mamá y papá? —preguntó Nico tras una larga pausa.

—Sí —respondió ella—. Quiero hablar con uno de los guardabosques y ver el lugar donde ocurrió.

—¡Yo también! —exclamó Nico, dando un salto.

—¿Sí? —preguntó Paula, impresionada por la rápida aceptación del niño.

—Sí. ¿Pero no tienes miedo?

—¿Miedo de qué, tesoro?

—De que nosotros muramos también —explicó, y se mordió el labio inferior.

Paula meneó la cabeza y lo abrazó.

 —Claro que no. Te prometo que no va a sucedernos nada.

—Entonces, ¿Por qué no hemos ido antes?

 Paula lo miró con los ojos empañados. El doctor Karsh era un genio, pensó. Desde el principio, el psiquiatra le había aconsejado hacer el viaje y le había advertido de que debía ser honesta con su sobrino, por muy difícil que le resultara. De alguna manera, el miedo que ella sentía era peor que el del niño.

—La verdad es que he estado tan triste que no he sido capaz de hacerlo hasta ahora.

—¿Por qué también querías mucho a mamá y a papá?

—Sí, tesoro. Eso es.

—El abuelo y la abuela no podrán venir.

—No —contestó Paula y se limpió las lágrimas—. Mientras estemos fuera, ellos se quedarán aquí. ¿Te parece bien?

—Quiero que se queden. El abuelo está demasiado cansado para viajar.

—Tienes razón —afirmó Paula y le acarició el pelo—. Tengo que hacerte una pregunta importante. Como nunca has ido en avión, ¿Te gustaría volar hasta allí? Si no, podemos ir en tren o en mi coche. Tú decides.

—¿Podemos ir en avión?

—Sí.

—Eso es lo que quiero hacer. ¿Durante cuánto tiempo vamos a estar fuera?

—Todavía no estoy segura. ¿Por qué? ¿Te preocupa?

—No. Quiero que estemos mucho tiempo fuera para que no tengas que irte en ningún crucero.

 —Sé que no te gusta mi trabajo.

—¿Por qué tienes que trabajar?

—Para ganar dinero. Todo el mundo tiene que ganar dinero para vivir.

—Me gustaría que te quedaras todo el tiempo conmigo —dijo él, bajando la cabeza.

—¿Sabes qué? Cuando regresemos de Yosemite, voy a buscarme un trabajo cerca de casa.

—¿Qué clase de trabajo?

—Todavía no lo sé.

—¿Pero ya no vas a ir en barco más?

—No. Trabajaré cerca de tí y los abuelos.

Nico la abrazó con tanta fuerza que ella se habría caído si no hubiera estado sentada en la cama.

—Vamos —dijo Paula, riendo—. Vamos a mi habitación a hacer las reservas.

Paula se sentó delante del ordenador. Tras sacar su tarjeta de crédito del bolso, abrió la página web del Parque de Yosemite. Nico se apoyó en su brazo izquierdo. Por suerte, ella era diestra.

—¿Qué dice?

—El Parque Nacional de Yosemite tiene unos dos mil kilómetros cuadrados de bosques salvajes. Fue creado en 1890 para preservar una parte de las montañas de Sierra Nevada, al este de California. El parque tiene una altura de entre medio kilómetro y cuatro kilómetros sobre el nivel del mar.

—¿Cuatro kilómetros? —gritó Nico, intentando imaginar tal inmensidad.

Paula también estaba bastante impresionada, pues ellos siempre habían vivido al nivel del mar.

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