viernes, 20 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 12

—¿Ves los ojos del búho? ¡Parecen soles!

Su imaginativo sobrino era especialista en descripciones poéticas.

—Claro que sí. Nunca pensé que los búhos pudieran ser tan majestuosos, pero éste lo es.

—¿Sabías que están casi extinguidos?  Pedro dice que mañana me enseñará uno de verdad. ¿Puedo ir?

Nico ya llamaba al guardabosques jefe por su nombre de pila. Tras sólo minutos de conocerlo, el niño confiaba en él. Era increíble.

—Me temo que tenemos que irnos por la mañana. Sólo tenemos la habitación reservada una noche más.

—Eso no es problema —intervino Pedro—. Este hotel siempre tiene una habitación libre para personalidades importantes que visitan el parque de forma inesperada. Yo lo arreglaré.

—¿Qué personalidades importantes? —quiso saber Nico, levantando la mirada hacia él.

—Como tú —respondió Pedro y le frotó los rizos.

Nico se rió. Hacía casi un año que Paula no había oído reír a su sobrino. Pedro posó los ojos en ella.

—Les diré a mis hombres que los ayuden a mudarse a la nueva habitación mañana. Si sus planes les permiten quedarse un par de noches más, claro.

 —No tenemos planes —se apresuró a decir Nico.

—Nico… —susurró ella, agachándose—. Claro que tenemos planes y no eres tú quien debe decidir.

—Lo siento.

El guardabosques la miró con intensidad y la llevó aparte, para que el niño no pudiera oírlos.

—Si le parece bien, me gustaría llevarlo conmigo mientras trabajo mañana. Tengo que volar a los prados de Tuolumne Meadows en helicóptero. Si salimos temprano, podremos ver esos búhos. Yo pienso que, si explora parte del parque mañana, quizá lo recuerde como un lugar más amistoso cuando regrese a casa.

Paula comprendió que el señor Rossiter debía de tener buenas razones para querer ayudar a Nico. Rossiter le había contado que todos los empleados se habían sentido culpables, y parecía lógico que el jefe quisiera hacer algo para sentirse mejor. El problema era su sobrino. Era posible que el niño quisiera regresar al hotel una hora después de haber salido, interrumpiendo el día de trabajo del jefe. Pero… ella se giró y le contó a Nico lo que el guardabosques jefe tenía en mente. El niño parecía a punto de estallar de emoción.

—Tendremos que salir a las seis de la mañana —explicó Pedro—. Yo llevaré el desayuno y la comida. Es probable que no volvamos hasta la cena.

Nico miró a su tía con ojos implorantes.

 —¿Puedo ir? Por favor…

Al ver tanta alegría en sus ojos, Paula no pudo negarse.

—Tendremos que irnos a la cama temprano para que no estés muy cansado mañana.

 —Yo nunca me canso.

«Oh, Nico», pensó ella. El niño quería impresionar al guardabosques.

—Acuérdate de traer la cámara —le dijo Pedro.

—Lo haré. Nos vemos mañana.

—Le prometo cuidarlo bien —le susurró Pedro a Paula.

—Sé que lo hará —murmuró ella—. Gracias. Creo que sabe a qué me refiero.

 Él asintió despacio y le chocó la mano a Nico.

—Hasta luego, campeón.

—Hasta luego —respondió Nico mientras el hombre salía del hotel.

En ese momento, Matías se reunió con ellos.

—¿Sabes qué? —dijo Nico, girándose hacia él—. ¡Mañana voy a ir a ver los búhos con Pedro!

—Eres afortunado. Si hay alguien que puede encontrarlos, es él —repuso Matías y miró a Paula—. ¿Y usted qué va a hacer?

—No estoy segura. De hecho, creo que igual es demasiada responsabilidad para el señor Alfonso.

—Él puede hacerlo. ¿Le apetece montar a caballo por la mañana para pasar el tiempo?

¿Otro gesto de buena voluntad?, se preguntó ella. Eran todos muy amables.

—¿No trabaja mañana?

—No hasta la hora de comer. ¿Ha montado alguna vez?

—No.

—Entonces, debe probarlo. Le mostraré un lugar que los turistas no suelen ver. Podemos irnos a las ocho. Así estaremos de vuelta a la hora de comer.

—Me parece bien.

Cuando Matías se hubo ido, Paula y su sobrino comenzaron a caminar hacia su habitación.

—Ya no pareces enfadada —comentó el niño.

—Me alegro de que te hayas dado cuenta.

—Estoy deseando que llegue mañana. Nunca he montado en helicóptero. ¿Sabes que la chocolatina que más le gusta a Pedro es Kitkat, como a mí?

—¿De veras?

—Sí, y le gusta también la zarzaparrilla, pero va a traer agua también, porque dice que la zarzaparrilla da sed. Es curioso, ¿Verdad?

Muy curioso. Era probable que el guardabosques jefe tuviera varios niños y supiera bien como complacerlos. Nico parecía más feliz de lo que había estado en todo el año. «Bendito doctor Karsh», pensó ella.

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