domingo, 22 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 21

—No sabía que iba a venir con nosotros una chica.

—Es una sorpresa —dijo Matías, al mismo tiempo que le guiñaba un ojo a Paula.

—Qué emocionante, yo también quiero conocerla. Vamos —dijo ella y tomó a Nico de la mano.

Enseguida se pusieron en marcha en el todo terreno de Matías.

—El establo está a un par de kilómetros de aquí. ¿Has montado alguna vez a caballo, Nico?

—Monté en pony en el cumpleaños de Ramiro.

—¿Y te gustó? —preguntó Matías.

—Más o menos.

—Sí que te gustó —intervino Paula, girándose para mirar al niño.

—¿Ramiro es tu mejor amigo?

—No. Mi mejor amigo es Pedro.

—¿Tienes un amigo que se llama igual que el jefe?

 Paula  contuvo el aliento, sabiendo lo que se avecinaba.

—No. El jefe es mi mejor amigo —afirmó Nico tajante, como si Matías debiera haberlo sabido.

—Eres un niño con suerte.

—Lo sé.

El comportamiento de Nico estaba avergonzando a Paula. Se sintió aliviada cuando llegaron al establo. Matías los llevó a un corral donde los estaban esperando dos caballos y un pony. Sujetó las riendas del pony.

—¿Nico? Ésta es Daisy. Es de tu tamaño.

—Pepe dice que soy un chico mayor.

—Y lo eres —repuso Matías y lo levantó para sentarlo en la silla de montar.

Mientras, Paula se subió a la yegua que le sujetaba uno de los mozos del establo. Lo estaba pasando fatal por el comportamiento de Nico y le lanzó una mirada de advertencia.

—¿Puedes darle las gracias a Matías por ayudarte? Se ha molestado mucho por nosotros.

—Gracias —dijo Nico, bajando la vista.

Matías meneó la cabeza con gesto comprensivo, como si no tuviera importancia. A continuación, se subió a su caballo y se colocó junto a Nico. Tras enseñarle como sujetar las riendas correctamente, lanzó una mirada a Paula.

—Adelante.

El pony caminó junto al caballo de Matías mientras salían del corral. Siguieron un camino que pasaba junto a una verde pradera, rodeada de un denso bosque. Era una mañana preciosa. Paula deseó que Nico le permitiera disfrutarla. Nunca había visto a su sobrino comportarse así. Desde que había pasado el día con el jefe del parque, había cambiado y a ella no le gustaba ese cambio. Decidió no prestar atención a la rabieta del niño y se colocó al otro lado de Matías. Durante media hora, cabalgaron al paso mientras él les señalaba las famosas formaciones de granito de Yosemite.

—Es espectacular —dijo ella, conmovida por la belleza del paisaje.

—¡Pepe escaló todas esas pendientes con su abuelo! —anunció Nico.

—¿De veras? —replicó ella, sintiéndose realmente avergonzada.

—¡Cientos de veces!

—¿Cientos? —preguntó Matías con cara de póquer.

 —Sí. ¡Lo ha hecho todo! Pau, ¿Podemos volver ya para nadar? Estoy cansado y tengo sed.

Matías supo que había llegado el momento de tirar la toalla. Se detuvo y le tendió al niño una botella de agua.

—Bébetela toda. Es tuya.

—Gracias.

Por suerte, su sobrino había recordado sus modales, se dijo Paula.

—De nada —repuso Matías.

Le tendió una botella a ella y sacó otra para él, que se bebió entera.

—Qué rica. Gracias —dijo Paula.

 —Bueno. Vamos a regresar —indicó Matías.

—¡Hurra! ¡Quizá Pepe pueda nadar conmigo después de que termine de hablar con el súper… algo?

—¿El superintendente? —sugirió Matías.

—Sí. ¿Quién es ése?

—El jefe de todo el parque.

—Pensé que Pepe era el jefe.

 —Los dos lo son, pero el superintendente no es guardabosques. Trabaja para el gobierno.

—¿Y eso le pone furioso?

Matías miró a Paula y ambos rieron.

—No lo sé —dijo Matías.

—Apuesto a que sí —declaró Nico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario