domingo, 1 de enero de 2017

Identidad Secreta: Capítulo 26

—¿Estás aquí?

—Llegué hará una media hora.

—Enseguida estoy contigo. Pocos minutos después, Matías entró en el despacho de Leo y encontró a su amigo recibiendo por teléfono el informe de uno de los guardabosques sobre un coche abandonado encontrado en la carretera cerca de Wawona. Tras colgar, Pedro le entregó a Matías el informe llegado por fax sobre el brote de gastroenteritis.

—Ya hemos terminado con el trabajo —Matías se sentó frente a él—. Ahora cuéntamelo todo.

—Mi Olivia es adorable —para Pedro supuso un alivio poder soltarlo—. Es perfecta.

—¿En serio? —Matías sonreía—. ¿Ya te llama «papá»?

Él asintió, aún sin poder creerse que fuera padre.

—¿Y cuándo llegarán ella y su madre? Romina y yo nos morimos por conocerlas.

—Eso aún no está resuelto —Pedro hizo una mueca—. Paula no se da por vencida.

—¿Hay otro hombre?

—No. No quiere el puesto.

—Tu hija es la que tiene el poder ahora mismo —el jefe se inclinó hacia delante—. No hace falta que te recuerde que fue Nico quien trajo a Romina de vuelta al parque la segunda vez, cuando ella no tenía ninguna intención de venir. Dale tiempo. La clave está en la paciencia. Lo sé por experiencia.

—Después de diez años —Pedro sacudió la cabeza—, ya no me queda —el teléfono los interrumpió—. Tengo que contestar.

—Iré a por un par de latas.

—Guardabosque Alfonso —su amigo asintió.

—Llamo del hospital de Bishop. Nuestra sospecha sobre el virus era correcta. Todos deberían recuperarse sin problema.

—Lo comunicaré. Eran buenas noticias para el parque, pero también necesitaba recibir buenas noticias por otro lado. Rezó para que Matías tuviera razón sobre el poder de Olivia. Ella tenía la clave de su felicidad.


Olivia siempre se metía en la cama de su madre los domingos por la mañana, pero aquel domingo no. La noche anterior había sido un completo desastre. La niña había estado tan disgustada con ella por insistir en mudarse a San Francisco que había sido imposible consolarla. Ni siquiera su abuela lo había logrado. Cada vez que Paula se había asomado al dormitorio había oído a la niña llorar. Cada sollozo le partía el alma.

—¿Tienen idea de lo duro que sería para mí vivir en el parque tan cerca de él después de lo ocurrido? —les preguntó a sus padres—. Durante todos estos años he mantenido vivo el mito para Oli. Qué estúpida he sido.

—No, Pau —intervino su padre—. Él quería casarse contigo antes de que los terroristas destruyeran su mundo. Y podrían haber llegado a ti también si no te hubiera protegido como lo hizo. ¡Como sigue haciendo!

Su padre tenía razón, pero la impresión de verlo vivo le había impedido asimilarlo.

—No le eches la culpa por decidir no reconocerte delante de los demás guardabosques tras el accidente —continuó su padre—. Intentaba protegerte hasta que estuvieras en el hospital, pero en cuanto sintió que no había peligro, te llamó. Yo diría que ha sido muy claro en cuanto a sus intenciones. Quiere ser el padre de Roberta.

—Tu padre tiene razón —intervino su madre—. Después de haberte visto podría haber pedido al programa de protección que lo ocultara en otro lugar apartado. Sin embargo, desea que Oli y tú estén cerca de él, pero no puede abandonar el parque. Mi consejo es que aceptes el puesto. Tendrás que admitir que eso facilitaría mucho las visitas.

—Pensaba que estabas de mi parte —Paula miró fijamente a su madre—. ¿No quieres que vivamos contigo?

—Paula Chaves, esa pregunta no merece siquiera una respuesta —su madre no la había llamado así desde que tenía la edad de Olivia—. ¿Crees que serías felíz en San Francisco sabiendo lo infelíz que sería tu hija? Desde que nació colocaste a su padre sobre un pedestal. Estás cambiando las reglas y ella no lo entiende.

Paula se sentía como en un callejón sin salida.

—Lo único que decimos es que no permitas que tu orgullo interfiera en una decisión tan crucial en lo que a Oli concierne —razonó su padre.

—¿Orgullo? —preguntó Paula extrañada.

—¿Acaso no se trata de eso? —él la estudió un momento—. Si hubiera empezado por decirte que seguía enamorado de ti, ¿le habrías dado siquiera la hora… conociéndote?

La pregunta había dado en la diana.

—No podemos saber qué tienes en la cabeza, o en el corazón —su madre arqueó las cejas—, pero si yo fuera tú, le demostraría a Fernando que me he convertido en una mujer madura. Podrá ver lo bien que te has desenvuelto sin él. Demuéstrale que seguirás haciendo lo correcto para tu hija. El futuro pondrá cada cosa en su sitio.

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