miércoles, 4 de enero de 2017

Identidad Secreta: Capítulo 37

—Pepe me invitó a dar un paseo a caballo al día siguiente. Nico no quería, pero yo acepté. Gran error. Estuvo horrible con Pepe. A mí me apetecía ir porque resultaba muy fácil hablar con él. Acababa de cortar con mi novio, que no dejaba de atosigarme, y me contó sus problemas con su ex mujer. Yo no sabía que toda la historia de su vida era inventada. Nos consolamos. Le dije que volvería a Miami y, siguiendo el consejo de mi psiquiatra, intentaría hablar con mi ex para ver si se podía arreglar algo. En el fondo sabía que no serviría de nada porque ya me sentía atraída hacia Matías. Menuda ironía si piensas en el primer encuentro. No hizo más que tratarme con cortesía profesional, pero con Nico fue otra cosa.

Mientras Paula escuchaba absorta, se dispuso a terminar su relato.

—El motivo por el que te cuento tantos detalles es porque quiero que sepas la verdad. Pepe me gustaba mucho porque se notaba que era un hombre excepcional, pero cuando volví al parque por segunda vez, no fue sólo por Nico. Me moría de ganas de volver a ver a Mati. Y cuando fue a recogernos al aeropuerto de Merced, supe que estaba enamorada de él. Sin embargo, le llevó una eternidad corresponderme porque pensaba que yo no había abandonado del todo a mi ex y yo temía que jamás superara lo de María. Ambos nos equivocamos. Durante un paseo por las montañas, me besó por primera vez y, de repente, dimos rienda suelta a nuestros sentimientos. Fue un día glorioso.

—Me lo imagino —murmuró Paula. Sentía un extraño conflicto en su interior. Romina le gustaba mucho, pero, al parecer, Pedro se había sentido atraído hacia ella. ¿Qué posibilidades había de que siguiera sintiendo algo por Romina?—. Me alegro de que les saliera todo bien —tragó con dificultad—. Romi, yo… me parece que los oigo llegar.

Se levantaron y, desde el porche, vieron que los hombres bajaban a los niños de la camioneta. Pedro abrazó a Olivia con fuerza antes de dejarla en el suelo.

—¿Romi? —Matías subió a Nico sobre sus hombros—. Tengo que volver. ¿Tú qué haces?

—Yo también me voy.

—¿Tenemos que irnos? —Nico frunció el ceño.

—Eso me temo —contestó su madre—. Aún te quedan deberes por hacer para mañana.

 —¿Vendrá Oli al colegio?

—Allí estará —Paula asintió.

—Nico y yo nos pasaremos a las ocho y media para ir todos juntos —propuso Romina.

—Genial. Estaremos preparadas. Gracias otra vez por la ayuda y la estupenda comida.

—Estaba muy rica —asintió Olivia—. Hasta mañana, Nico.

—De acuerdo. Adiós.

—Oli quiere ver mi casa —Pedro se dirigió a Paula—. ¿Por qué no vienes con nosotros para que veas dónde va a pasar una parte de su tiempo?

—Enseguida estoy con ustedes —ella deseaba ver dónde vivía, cómo vivía—. Iré a buscar mi bolso y cerraré la puerta.

Tardó un minuto en reunirse con ellos junto a la camioneta. Siempre caballeroso, Pedro la ayudó a montar. Al cerrar la puerta le rozó el muslo con un brazo y ella sintió un estremecimiento que esperó le hubiera pasado desapercibido. Olivia se sentó entre ellos con expresión satisfecha. Pedro arrancó y se dirigieron a la casa. De camino se cruzaron con un guardabosque.

—¿Quién es, papá?

—Leonardo Sims, el jefe de seguridad. Es el padre de Micaela. La conocerás mañana en el colegio. Vive a media manzana de tu casa.

Tras acercarse a una casa en la siguiente esquina, pulsó el mando del garaje para estacionar. Desde fuera todas las casas parecían prácticamente iguales. Paula se bajó antes de que él la ayudara. El roce sobre el muslo le había despertado íntimos recuerdos. Se quedaría sólo cinco minutos, Olivia podría volver más tarde. Esperó a que abriera la puerta que daba a la cocina y siguió a su hija al interior. Enseguida percibió las diferencias. En aquella cocina había sitio para una mesa y le sorprendió el atractivo decorado a base de verde salvia y madera. Supuso que el mobiliario de cuero marrón oscuro que había frente a la chimenea sería suyo propio.

—¡Mira cuántos libros! —exclamó Olivia.

Paula ya los había visto. Abarcaban toda la pared desde el techo hasta el suelo del salón. Su mente volvió al departamento de Kabul, más librería que vivienda.

—¿Los has leído todos? —la niña seguía maravillada.

—Ésa es la idea, cariño —Pedro rió—. La mayoría son revistas de Historia sobre los exploradores y primeros pobladores de Yosemite. El resto es material de referencia para una serie de libros que estoy escribiendo sobre el parque para los excursionistas.

—Mamá dijo que eras el hombre más listo que había conocido jamás. Y era cierto.

Él soltó un bufido. En eso no había cambiado. Seguía siendo un hombre modesto.

—Es verdad, Pedro. Para serte sincera, no me sorprende que te hayas sumergido en otro campo aparte del de la Arqueología. ¿Has publicado algo ya?

—Ni siquiera tengo agente —él estaba de pie en medio del salón con las piernas separadas.

—Con tu currículum no necesitas… —se ruborizó—. Olvidé que habías renunciado a esa vida.

—Ojalá pudiera —una mueca desfiguró su rostro.

A Paula le pareció oír en su voz un tono de desolación que la asustó. La explosión no sólo lo había dejado sin padres, también le había privado de la pasión de su vida, la Arqueología. Alguien menos fuerte se habría rendido, pero Pedro no. El comedor era la prueba. Lo había convertido en un despacho lleno de archivos y equipos electrónicos. De dos de las paredes colgaban varios mapas gigantes de Yosemite. Fascinada, se acercó a uno de ellos.

—¡Me encanta tu casa, papá!

—Me alegro, porque también es tuya para cuando quieras venir. ¿Te gustaría ver tu dormitorio?

—¿Me has preparado un dormitorio? —la niña gritó de alegría.

No se parecía a la niña seria y sobria que su madre había criado. Pedro empezaba a transformarla con su presencia.

1 comentario:

  1. Muy lindos capítulos! Parece que Paula está empezando a ponerse en el lugar de Pedro! que bueno!

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