viernes, 20 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 11

—Por si acaso te quedas poco tiempo, ¿Por qué no vienes al vestíbulo conmigo? —invitó Pedro a Nico—. Hay un mural de un búho precioso. ¿Has terminado tu hamburguesa?

—Casi toda. ¿Puedo ir con él, Paula?

—Sí, claro.

Pedro  se puso en pie.

—No tardaremos.

Cuando le tendió la mano, el niño se la tomó. Aquel pequeño gesto de confianza hizo que a Pedro se le estremeciera el corazón. De la mano, atravesaron el comedor, hacia el vestíbulo. En la sala había muchos padres con sus hijos. Algunas de las personas que los miraban, tal vez, pensarían que eran padre e hijo. A él le gustó la sensación. Mucho. ¿Quién no iba a querer a un niño tan listo, tan tierno y tan simpático como Nico?

Paula estaba de espaldas a la entrada, así que tuvo que girarse para ver cómo Nico se alejaba con el guardabosques jefe, que, por cierto, llevaba una alianza en el dedo anular. Si ella hubiera tenido que diseñar un escenario mejor para ayudar a su sobrino a deshacerse de sus miedos, no podría haber ideado algo mejor que el modo en que Alfonso había manejado la situación. Todo había salido de forma muy natural. Era como si aquel hombre hubiera sabido con exactitud lo que el niño sentía y pensaba y hubiera elegido las palabras perfectas para borrar su terror a lo desconocido. Su explicación de los hechos, sazonada con la confesión de la perdida de sus propios padres, le había dado al niño algo más en que pensar, aparte de su propia desgracia. Tuvo que admitir que, de pronto, estaba viendo al guardabosques bajo una perspectiva distinta.

Sin echarles la culpa, había ofrecido la información suficiente como para que Paula entendiera que Gonzalo y Mariana habían sido los responsables por no seguir las advertencias sobre la tormenta. Su hermano siempre se había creído invencible. Entonces, ella se sintió avergonzada al recordar el modo en que había descargado su rabia contra las autoridades del parque, por algo que no había sido culpa suya. El doctor Karsh había insinuado que gran parte de su rabia era contra Santiago, pero ella no había querido escucharlo. En vez de eso, en medio de su tormenta emocional, la había pagado con el guardabosques jefe esa mañana y lo había atacado sin tener hechos que respaldaran sus suposiciones. Ese Alfonso debía de ser un gran hombre para haber sobrellevado su ataque sin rechistar. No era de extrañar que fuera el jefe.

—¿Está bien? —preguntó Rossiter.

Durante un instante,  había olvidado que estaba acompañada.

—Sí. Perdone. No pretendía ignorarle. Es que he estado muy preocupada por Nico.

 —Todos hemos estado preocupados por él.

—¿Qué quiere decir? —preguntó ella, sorprendida.

—Fue un día muy trágico para el parque. Cuando supimos que su hermano y su cuñada tenían un hijo pequeño, todos sufrimos, pero el jefe Alfonso más que nadie.

—Algo me dice que usted también —murmuró ella.

—Yo dí la alerta por la tormenta —explicó Rossiter, tras asentir—. Las de finales de primavera son las peores. También murió gente de fuera del parque. La gran bajada de temperatura vino acompañada por fuertes vientos y nieve. Todos los escaladores y exploradores tuvieron tiempo de bajar de El Capitán.

—Seguro que mi hermano lo vio como un reto —admitió Paula, bajando la mirada—. Era marinero y había superado muchas tormentas en el mar.

—Me temo que la hipotermia es el enemigo número uno aquí. Es probable que él creyera que tendrían tiempo de regresar, pero el frío se lo impidió.

—Estoy segura de que para Nico  es más fácil saber que murieron por el frío y no cayendo por algún terrible precipicio.

—¿Y es más fácil para usted? —preguntó Rossiter con gentileza.

Ella sonrió. Era un hombre amable.

—Sí. He vivido más tiempo, así que mis pesadillas sobre lo que ocurrió eran probablemente peores que las suyas.

—Entendido.

De pronto, otro guardabosques se acercó y le dijo a  que debía hablar con él, pues era urgente.

—Disculpe —dijo Rossiter  y se levantó.

Paula oyó la voz de Nico a sus espaldas.

—¡Tienes que ver el búho! ¡Es enorme! Ven. Quiero enseñártelo.

Ella se dió la vuelta. Una vez más, sus ojos se encontraron con los de Alfonso. En un rostro tan masculino y fuerte, eran unos ojos azules preciosos. Por cómo brillaban, adivinó que Nico lo había fascinado. Su sobrino tenía una manera de…

—Ya voy, tesoro —dijo Paula.

 Firmó la cuenta, poniendo el número de habitación, y siguió a los dos hacia la recepción del hotel. Se dió cuenta de que la gente miraba al alto e imponente guardabosques. Los que lo conocían, lo saludaban. Más de una mujer posó en él los ojos. Su físico era capaz de despertar el interés de cualquier mujer y ganarse el respeto y, tal vez, la envidia de los hombres. Ella se preguntó cómo se tomaría su esposa que llamara tanto la atención. Supuso que tendrían hijos. Eso explicaría la facilidad con que había hablado con el niño y lo había consolado en un momento tan crucial. Nico corrió hacia el mural que había en el vestíbulo, sacándola de sus pensamientos.

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