miércoles, 25 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 32

Dos horas después, Paula, Nico y Pedro habían terminado un copioso desayuno y estaban listos para salir hacia Oakhurst. Cuando ella se dirigió a la recepción del hotel para saldar su cuenta, le dijeron que ya había sido pagada. Ella se giró hacia Pedro, que estaba con el niño en el vestíbulo, admirando el mural del búho.

—Tu trabajo no consiste en invitar a los visitantes, que yo sepa.

—A veces, hay excepciones —repuso él con mirada misteriosa.

 —No puedo dejar que lo hagas —susurró ella.

—Ya está hecho. No me robes el placer de ayudarte un poco. Después de todo lo que han sufrido, lo haría mil veces. Por Nico…

—Sé que lo harías, porque eres una persona extraordinaria —dijo ella, apartando la mirada.

—El sentimiento es mutuo.

—Vámonos —dijo Paula, después de acercarse a Nico con piernas temblorosas.

Pedro  colocó la silla de Nico en su coche patrulla, pues habían quedado en que el niño haría el camino con el guardabosques. Un minuto después, se pusieron en marcha. El niño saludó a su tía por la ventanilla. Ella los siguió en el coche de alquiler. A lo largo del camino a Oakhurst, el niño la telefoneó un montón de veces por el móvil de Pedro para contarle cada nueva información que su mentor le daba sobre el parque.

—¿Tesoro? ¿A que no sabes lo que he descubierto? —le dijo su tía.

—¿Qué? —preguntó el niño con emoción.

—El Capitán es el nombre español, pero también tiene un nombre que le pusieron los primeros habitantes de este lugar. Lo llaman Totokanoola. ¿Sabes lo que significa su nombre indio?

—¿Qué? ¿Capitán?

—Algo aún más importante.

—¿Superintondento?

—No. Algo mucho más importante —repuso ella, riendo.

—¿Qué? —preguntó Nico, que se había quedado sin ideas.

—¡Jefe! —exclamó Paula.

—¿Como Pepe? —dijo el niño, llenándosele la boca al pronunciar su nombre.

—¡Exacto!

—¡Vaya!

Pasaron una señal que indicaba Oakhurst. Pedro paró delante de una bonita casa al estilo ranchero, con fachada de piedra. Paula se detuvo también y se bajó, para acompañarlos en el coche de él al cementerio.

—¡Aquí solía vivir Pepe!

—Es una casa preciosa. Me recuerda un poco a la de los abuelos —señaló ella.

 —Sí —afirmó Nico—. ¿Cuándo vamos a comprar las rosas?

—Hay una floristería a un par de manzanas —indicó Pedro.

—¿Puedo ayudarte a comprarlas?

—Contaba con ello —repuso él, mientras sus ojos se cruzaban con los de Paula.

Cuando llegaron a la floristería, ella se quedó en el coche mientras ellos dos entraban. Por mucho que Nico quisiera, no iba a dejar que se quedaran demasiado tiempo en el cementerio. Tenían que irse de Yosemite y dejar atrás ese capítulo de su vida, antes de que ella olvidara que Pedro seguía llevando su alianza. Además, el guardabosques debía volver a su trabajo. Era un milagro que hubiera podido dedicarles tanto tiempo.

1 comentario:

  1. Que lindos capítulos! No quiero que se separen! Que alguno avance un paso!

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