miércoles, 18 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 9

—Las cataratas tienen una altura de casi un kilómetro. Las cascadas intermedias recorren lagunas escondidas en la estrecha garganta del desfiladero. Si se fijan en el acantilado de la derecha, verán que está poblado de musgo y liquen porque siempre está mojado. Los escaladores lo llaman La Pared negra. Para escalarla, hay que saber soportar el ruido —explicó el guía, suscitando sonrisas entre su público.

Antes del accidente, Mariana y Gonzalo debían de haber visitado la catarata. A Paula se le saltaron las lágrimas al pensar que algo tan trágico pudiera haber sucedido en un lugar paradisíaco como aquél. Entonces, posó la mirada en Nico, que parecía hipnotizado por el espectáculo, y sintió un inmenso amor por él. El niño se había convertido en el centro de su vida. Haría cualquier cosa por él. Desde el momento en que el niño había perdido a sus padres, Paula lo había querido como a un hijo. Incluso había dado los pasos necesarios para adoptarlo y esperaba que, algún día, Nico la llamara mamá. Pero, primero, los dos tenían que superar el pasado. Por eso estaban allí.

Más tarde, en su camino de regreso al hotel, el teléfono móvil de Paula sonó. Eran sus padres.

—Hola, mamá. ¿Cómo estás? ¿Y papá?

—Estamos bien. ¿Cómo está Nico?

—Está muy bien, pero sólo hemos empezado con la visita —contestó Paula.

Aquélla era una forma de decirle a su madre que aún no habían subido a El Capitán. Ella sabía que era especialmente doloroso para sus padres el no poder estar allí con ellos—. Es… muy bonito —añadió.

—No lo dudo. ¿Te han ayudado los encargados del parque?

—Sí —contestó ella.

De hecho, si aún no tenía las respuestas que había ido a buscar, era sólo culpa suya.

—Me alegro. Bueno, cariño, me doy cuenta de que no puedes hablar. Llámanos esta noche cuando Nico esté dormido.

—Lo haré.

—Santiago vino por aquí anoche, sólo te lo digo para que lo sepas.

—Lo nuestro terminó hace tiempo. No debería ir por allí a molestarlos.

—Lo que te hizo es imperdonable, pero tengo que admitir que nunca he visto a ningún hombre tan arrepentido. Dice que hará lo que haga falta para recuperarte.

Después de un año, Santiago debería haberse dado por vencido, pensó Paula.

—¿Le dijiste dónde estoy?

—No, sólo le dije que te habías ido de viaje con Nico.

—Gracias, mamá. Lo último que quiero es que se presente aquí —contestó Paula.

Santiago estaba siendo tan insistente que no le sorprendería que lo hiciera.

—Lo sé. Bueno, cuidaos mucho. Dile a Nico que lo quiero y recuerda que tu padre quiere hablar contigo esta noche.

—Prometo que los llamaré. Hasta pronto.


—¿Pau? —llamó Nico en cuanto ella hubo colgado—. ¿Están bien los abuelos?

—Sí. Me han pedido que te diga que te quieren.

—Yo también los quiero. ¿Podemos ir a nadar a la piscina antes de cenar?

—Creo que es una idea genial. Volvamos rápido al hotel.


En cuanto el equipo del turno de noche entró en servicio, Pedro dejó la central y se dirigió a su casa caminando. Tras una rápida ducha y afeitarse, se puso un uniforme limpio y salió hacia el hotel Yosemite Lodge, también a pie. De camino, llamó a la recepción y pidió que le pusieran con la habitación quince. Dejó el teléfono sonar una docena de veces, pero no obtuvo respuesta. Pensó que la señorita Chaves podía estar cenando con su sobrino en el comedor.

Tras entrar en el hotel, Pedro recorrió el comedor con la mirada hasta que encontró a Paula Chaves. La reconoció por su pelo, con un corte muy moderno y un brillo que lo hacía parecer de oro. Durante su breve encuentro, él se había fijado en muchos de sus atributos femeninos, entre ellos, su hermoso pelo.

Matías estaba comiendo con ella y su sobrino. Bien. Así, Matías podría ayudarlo si la situación se le iba de las manos. Antes de hacer nada más, necesitaba disculparse con la señorita Chaves por su mal comienzo de esa mañana. Cómo aquélla era la última noche que ella iba a pasar en ese hotel, era la última oportunidad que él tenía para establecer contacto. Con eso en mente, caminó hacia la mesa. El chico fue el primero en verlo llegar. Era un niño guapo, como su tía, y fijó la mirada de inmediato en su sombrero. Todos los niños pequeños lo hacían. El uniforme de guardabosques suscitaba la fascinación infantil.

Pedro se acercó a él.

—Hola, Nico. Bienvenido al Parque Yosemite.

—¡Hola! ¿Quién eres?

 —Me llamo Pedro.

 Los ojos del pequeño se iluminaron por la curiosidad.

—¿Cómo sabes mi nombre?

 —Tu tía ha venido a hablar conmigo esta mañana.

 Aquél era el precioso niño cuyos padres habían muerto. Y él era el responsable, pensó Pedro, sintiendo un lacerante dolor.

—Eres el guardabosques jefe, ¿Verdad?

—Eso es.

—¿Conociste a mi mamá y mi papá? —preguntó Nico con gesto serio.

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