miércoles, 18 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 6

—Yo soy descendiente de los indios Yosemite y sé algo —declaró Samuel—. Las autoridades del parque deberían escucharnos en vez de intentar desacreditarnos. Después de todo, ¿Quién conoce la historia mejor que nosotros? ¿Un puñado de hombres blancos que leen libros escritos por otros hombres blancos y sus jefes, interesados en construir un casino?

—Siento tu dolor, Sam —afirmó Pedro y respiró hondo—. Dame tiempo. No tengo ni idea de quién manipuló esta foto, pero averiguaré qué está pasando y…

El sonido del teléfono lo interrumpió. Marcela no le habría pasado una llamada mientras estaba reunido si no hubiera sido una emergencia. Pedro levantó la mano para indicar que debía responder.

—Alfonso al habla.

—¿Pepe? —dijo Matías, sin preámbulos—. Han llegado dos visitantes al parque que debes conocer.

Entre otras tareas, Matías estaba a cargo del mostrador de información y no pasaba nada en el parque que él no supiera.

—¿Alguien del gobierno? —preguntó Pedro, frunciendo el ceño.

—Nada de eso —murmuró su amigo—. Una tal Paula Chaves acaba de inscribirse para realizar una visita.

¿Chaves? La mera mención de aquel apellido hacía que Pedro se encogiera. Apretó el teléfono con más fuerza.

—Planea hacer una excursión al lago Mirror. Ya he avisado a los de seguridad. Sims está al tanto.

Con la ayuda de Leonardo Sims, Pedro había incrementado el nivel de seguridad dentro de las fronteras del parque. Había cámaras que tomaban fotos de todos los coches y las matrículas. No se permitía entrar a nadie si no indicaba cuáles eran sus planes de visita, su dirección, una persona de contacto, su teléfono y la duración de la visita.

—¿De dónde viene?

—De Florida.

—Entonces, no es una coincidencia —comentó Pedro, inundado en sudor frío.

—Me temo que no —repuso Matías—. Viene con ella un niño.

—¿De qué edad? —inquirió Pedro y se puso en pie.

—Diría que, al menos, cinco años. Tal vez, seis. Yo estoy tan sorprendido como tú.

—¿Dónde están ahora?

 —Afuera con un grupo de turistas, esperando a Alberto, que es quien va a guiar la visita. No pienso dejar que vayan a ninguna parte, por supuesto, pero ella no lo sabe todavía. ¿Cómo piensas encargarte de esto?

Pedro sintió que la cabeza le daba vueltas.

—Dile que he sido informado de su visita y me gustaría que viniera a mi despacho antes que nada.

—Yo mismo te la llevaré. Estaremos allí dentro de unos minutos.

Cuando Pedro colgó, posó los ojos en Adriana y Samuel, que también se habían puesto en pie. El sabio jefe indio lo miró con gesto misterioso, como solía hacer cuando estaba teniendo una visión.

—Después de diez primaveras, ayer encontramos tres polluelos de búho gris cerca de los confines de Tuolumne Meadows —dijo el viejo—. Se te va a presentar una gran oportunidad que cambiará tu vida.

Adriana asintió.

Pedro  sabía muy bien de qué zona estaba hablando Samuel. Descubrir que el gran búho gris, en peligro de extinción, había anidado de nuevo allí era una buena noticia para el parque. Pero aquella premonición, justo después de la llamada de Matías, hizo que se le pusieran los pelos de punta. Las profecías del jefe Samuel siempre solían cumplirse. Y él no podía soportar que su trabajo en el parque se viera amenazado. Pero, en ese momento, no había tiempo para intentar descifrar la visión de Samuel.

—Dejen que me quede estas fotos —pidió Pedro, conmocionado por las revelaciones de los últimos minutos—. Los llamaré para hablar sobre este asunto en cuanto pueda.

—Bien. Nos vemos, jefe. Pedro los acompañó a la salida y se detuvo ante la mesa de Marcela. —Matías va a traer una pareja de visitantes importantes a mi despacho. A menos que sea una emergencia, no quiero ser molestado.

—Entendido.

—Gracias.

Pedro regresó a su despacho y devolvió la llamada al superintendente, para establecer otro día para seguir hablando. En ese momento, tenía la cabeza demasiado ocupada como para idear nuevas estrategias para atraer a las minorías al parque. Repasarían la agenda del Servicio de Parques Nacionales en otra ocasión. Después de quedar con el superintendente para el viernes por la mañana, colgó el teléfono. En ese momento, la puerta se abrió y entró una rubia impresionante, de mediana estatura.

—¿Señor Alfonso?

Él se puso en pie.

—Soy Paula Chaves. Su secretaria me ha dicho que entrara.

—Por favor —dijo él y se acercó para estrecharle la mano.

 A simple vista, la mujer parecía tener alrededor de veinticinco años. Los vaqueros azules que llevaba se ajustaban a sus curvas a la perfección.

—Rossiter me ha informado de que la acompaña un niño.

Ella lo miró con ojos poco amistosos, tomándolo por sorpresa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario