miércoles, 18 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 7

—Sí —replicó Paula en voz cortante—. Es obvio que mi apellido le ha sonado al guardabosques que nos atendió. Me ha dicho que no podemos ir a ninguna parte hasta que hable con usted.

—Eso es.

—Quien nos atendió sabía que usted quería que esta reunión fuera privada, así que se ofreció a mostrarle las oficinas a mi sobrino.

Así que era la hermana de la víctima, pensó Pedro.

—¿Cómo se llama el niño?

—Nicolás.

El niño que tanto le había preocupado a Pedro al fin tenía un nombre.

—¿Cuántos años tiene?

—Ha cumplido seis hace tres semanas. ¿Era usted el encargado del parque cuando mi hermano y mi cuñada murieron? —inquirió ella, yendo directa al grano. Lo agresivo de su pregunta tomó a Pedro por sorpresa.

—Sí. Decir que lo siento no podría expresar ni la milésima parte de mis sentimientos.

Ella lo miró sin pestañear.

—Yo no voy a intentar describir los míos. Sólo dígame una cosa: ¿Su accidente pudo haberse prevenido?

Pedro sintió un nudo en el estómago.

—Sí —contestó él, sin titubear.

—En otras palabras, puede que usted sea el rey del parque natural, pero sus subordinados se quedaron dormidos durante su turno y dos vidas se perdieron como consecuencia de ello.

Pedro tuvo que aclarar las cosas.

—Mis subordinados no tuvieron nada que ver. Podría haberlo prevenido yo mismo.

La señorita Chaves puso gesto implacable.

—Así que admite su culpa.

—Sí. Toda la culpa es mía.

Un gesto de hondo dolor se dibujó en el rostro de ella.

—¿Y lo admite así, sin más? —gritó Paula.

—Sí —repuso él e hizo un esfuerzo para seguir respirando.

—Trabajo en una línea de cruceros. En el barco, el capitán es responsable de mantener la seguridad. Si un desastre así hubiera tenido lugar bajo su cargo, habría sido relevado de su puesto y nunca más habría vuelto a navegar.

Ella no sabía que él mismo se había dicho mil veces todo aquello.

—Si ha vuelto al parque con la intención de demandarme por negligencia, quizá debería hacerlo.

Era lo que se merecía, decidió Pedro.

—Tal vez lo haga.

Pálida como la leche, Paula se dió media vuelta y salió de su despacho, dejando a Pedro anonadado. Podría haber ido detrás de ella, pero sólo habría conseguido montar una escena. Tenía que calmarse antes de volver a verla. Además, apreciaba mucho su privacidad y no le gustaba alimentar los inevitables rumores de los empleados. Los cotilleos eran algo inherente a una comunidad pequeña y cerrada como aquélla. El teléfono sonó, sacándolo de sus pensamientos. Pedro se giró para responder.

—¿Sí? —dijo Pedro con desacostumbrada rudeza.

—¿Jefe? Soy leonardo. Tengo la información que Matías me pidió sobre la señorita Chaves y su sobrino. ¿La quieres ahora?

—Adelante —respondió Pedro y cerró los ojos.

—En su pasaporte, aparece como soltera, tiene veintiocho años y es de Miami, Florida. Trabaja para la línea de cruceros Nuevo Mundo que sale del puerto de Miami. Anoche se registró en el Yosemite Lodge con su sobrino, Nicolás Chaves, y también tiene habitación reservada para esta noche. Habitación quince. Conduce un coche de alquiler azul del aeropuerto de Merced. La vuelta de su vuelo a Florida está abierta. ¿Necesitas más información?

—No. Está bien.

—¿Es la…?

—Sí —lo interrumpió Matías.

Leonardo había estado de servicio el trágico día en que habían sido descubiertos los cuerpos congelados de los Chaves—. Es la hermana de Gonzalo Chaves—añadió en voz baja.

—Vaya. ¿Puedo hacer algo más?

Pedro se aclaró la garganta.

—Sigue sus movimientos y mantenme informado —le pidió Pedro con ansiedad.

 Sonaba como si estuviera fuera de control, se dijo. ¡Y, diablos, lo estaba!

—Ya le he pedido a Matías que lo haga.

—Bien —repuso Pedro, obligándose a calmarse—. Por cierto, muchas gracias por conseguirme la información tan rápido, Leo.

—De nada.

En cuanto hubo colgado, Marcela entró en su despacho.

—El señor Thurman, del servicio forestal, está en la sala de reuniones con los demás, esperándote. Pero no tienes buen aspecto —observó la secretaria, a la que no se le pasaba nada por alto—. ¿Le digo que empiece la presentación del vídeo sin tí?

—Sí. Me reuniré con ellos enseguida.

—Tengo analgésicos, si te hacen falta.

—Gracias, pero no —respondió Pedro.

No se había inventado el medicamento que pudiera curar sus males.

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