lunes, 30 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 46

—¿Crees que Pepe nos está esperando?

Paula apretó la mano de Nico con más fuerza mientras entraba en la terminal del aeropuerto y se dirigían a recoger su equipaje.

—Dijo que nos esperaría en la puerta, en un Mazda negro.

Sólo había llevado una maleta. Después de hablar con sus padres, había decidido que un viaje de cinco días era lo más que podían permitirse. Así que no había metido demasiada ropa. Como seguía en paro, tendría que encontrar un trabajo antes de que empezara la escuela de Nico. Estaba empezando a perder fé en los consejos del doctor Karsh. En el avión, Nico le había preguntado cuándo podrían tomarse las siguientes vacaciones en Yosemite. Ella le había contestado que en primavera. Entonces, el niño había querido saber cuántos días faltaban para primavera. En un arranque de inspiración, ella le había sugerido que contaran los meses mejor. Cuando los contaron, él había dicho que era demasiado tiempo. Pero, al menos, no se había puesto histérico. Por supuesto, la razón había sido que iba a ver a Pedro en menos de una hora. Ella no había podido pensar en otra cosa. Sin embargo, esperaba ser capaz de verlo sin pasión, como si fuera un amigo de la familia nada más, interesado por el bienestar de Nico. Si esperara más de él, sólo le traería dolor, se dijo.

—¡Allí está Pepe! —dijo el niño al llegar a la salida de la terminal.

Salió como un rayo. El hombre alto y de aspecto imponente lo saludó junto a su coche negro. Abrió las puertas delantera y trasera. Aunque estaba vestido como un turista cualquiera, con una camisa azul pálido y pantalones de color caqui, su aspecto era muy llamativo, pensó Paula, con el corazón latiéndole a toda velocidad.

—Hola, campeón —saludó Pedro, le chocó la palma al niño y lo levantó del suelo.

Mientras los dos intercambiaban un largo y apretado abrazo, a Nico se le cayó el sombrero. Paula se agachó para recogerlo y, cuando se incorporó, se encontró con un par de ojos azules radiantes posados en ella. Su calor la estremeció.

Pedro le dió una palmadita más en la espalda a Nico antes de ponerlo en el suelo de nuevo y, de pronto, el sol se reflejó en su alianza, haciéndola brillar.

—Bienvenidos —murmuró él.

—Me alegro de estar aquí de nuevo —replicó ella, sin mirarlo—. Gracias por recogernos.


Nico se subió al asiento trasero, donde había instalada una silla nueva, y se puso el cinturón. Mientras Pedro colocaba su maleta en el maletero, Paula se sentó en el asiento delantero enseguida, para que él no tuviera tiempo de ayudarla.

—¿Por qué no llevas uniforme? —preguntó Nico en cuanto Pedro hubo entrado en el coche.

—Porque estoy de vacaciones.

—¿Sí? —preguntó el niño, abriendo los ojos como platos.

—Sí. Durante dos días enteros. Así, podremos disfrutar juntos del Cuatro de Julio. Es una de mis fiestas favoritas.

—¡Hurra! ¿Podremos ver los fuegos artificiales?

 —Claro que sí.

Paula se esforzó para no reaccionar. Aquello no era parte del plan que había imaginado pero, al mismo tiempo, reconoció que sería más fácil para Pedro, quien sabía que Nico necesitaba toda su atención. Dos días sin tener que preocuparse de forma continua por el trabajo le darían un respiro al guardabosques.

—¿Qué te parece? —le preguntó Pedro.

—Fantástico. No podemos agradecerte lo bastante las molestias que te tomas por nosotros, ¿Verdad, Nico?

—No. ¿Vamos a encender petardos en tu casa?

Pedro seguía mirándola. Sentir tan de cerca su proximidad hizo que a ella le faltara el aire.

—En el parque no pueden tirarse petardos ni fuegos artificiales, por el peligro de incendio. Así que iremos a celebrarlo a Oakhurst.

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