viernes, 27 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 35

Nico salió del coche. Esperó a que saliera Pedro para darle un abrazo de oso. Éste se dió cuenta de que el niño tenía los ojos húmedos pero, fiel a su promesa, no lloró.

—Nos vemos en un rato, cara de pato —se despidió, chocándole la mano.

—Nos vemos en un rato, cara de plato —repuso Nico con rapidez.

 Pedro los miró a ambos. Guardaría para siempre aquella imagen de los dos, mirándolo.

—Que tengan buen viaje —dijo.

No sabía cómo iba a poder soportarlo. Paula lo miró con ojos empañados. Sin embargo, él no fue capaz de descifrar sus sentimientos.

—Estaremos bien. No conduzcas demasiado rápido para llegar pronto al parque, si no te pondrán una buena multa.

—No le harían eso a Pepe. ¡Él es el jefe! —exclamó Nico.

Pedro rió a pesar de sus sentimientos.

—Llámame mañana por la noche para saber que has llegado bien a casa.

—De acuerdo —dijo el niño con labios temblorosos—. Adiós, Pepe. Gracias por todo.

—De nada. Ah, casi lo olvidaba —señaló Pedro y se sacó a Lobezno del bolsillo—. Te dejaste esto en mi despacho.

El niño se quedó mirándolo, pero no lo agarró.

—¿No es tu juguete favorito? —preguntó Pedro.

—Sí, pero puedes quedártelo, si quieres.

—Claro que quiero —repuso, con voz ronca. Cerró la mano alrededor de la figurita.

—Adiós, Pedro —se despidió Paula y le dió las gracias una vez más.

Pedro se puso en marcha. Si no hubiera sido porque había tenido que hacer un sinfín de llamadas, el camino de regreso al parque habría sido un infierno para él. En primer lugar, llamó al piloto.

—Gracias por lo que hiciste hoy, Patricio.

—No sabía si el niño iba a poder sobrellevarlo, pero parece ser que algunos niños son más resistentes que los adultos.

—Tienes razón. Espero que sus pesadillas hayan terminado.

—Yo también. Ah, te he mandado por correo electrónico las fotos que tomamos en El Capitán. Pensé que te gustaría enviárselas.

—Le encantarán —repuso Pedro—. Gracias, Patricio.

—De nada. Es un niño muy simpático. Y, que quede entre nosotros, su tía es un bombón.

Pedro apretó el pie sobre el acelerador.

—Sí. Gracias de nuevo por tu ayuda.

—No hay problema. Hablamos luego.

Cuando terminaron de hablar, Vance llamó a Claudio, que le informó de que se habían quemado veinte hectáreas de terrero en Laurel Lakes.

—Todavía no es una cifra alarmante, pero si se levanta más viento, tendremos que pedir ayuda a los bomberos. Mantenme informado.

Después de solucionar un par de problemas con su agenda,  llegó al último de los mensajes de su contestador. Era de Matías. Le devolvió la llamada.

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