miércoles, 25 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 31

Los ojos de color avellana de Nico se iluminaron. Pedro había encontrado las palabras adecuadas. La admiración, incluso el amor, de Paula por el guardabosques no hizo más que crecer. Pedro tenía una honestidad innata, combinada con una gran bondad y con una intuición muy especial. Era un hombre diferente de la mayoría. Y la gente lo sabía, era obvio por la forma en que lo miraban todos los que trabajaban con él. A Nico le había inspirado una confianza total.

—¿Estás listo, campeón?

—¡Vamos allá!

—Ya has oído, Patricio.

 Los motores comenzaron a funcionar. Paula no había volado nunca en helicóptero. Se lo había confesado a Nico la noche anterior. El niño debió de recordar su conversación, porque se giró hacia ella para tranquilizarla.

—No tengas miedo, Pau. Pepe no dejará que nos pase nada.

—Lo sé —contestó ella.

Y era cierto que lo sabía. El helicóptero se levantó del suelo y ella  sintió un nudo en el estómago. En ese momento el sol comenzó a salir por el horizonte, dotando a la escena de un aura mágica.

—Vaya. ¡Es enorme! —gritó Nico, contemplando el valle.

—Casi hemos llegado —dijo Pedro—. Si miras bien, Nico, verás personas escalando con cuerdas.

—¡Parecen hormigas! ¿Mi mamá y mi papá hicieron eso?

—No —contestó Pedro—. ¿Ves ese sendero a tu derecha? Junto al precipicio. Ése es el camino que tomaron para llegar aquí desde Tamarack Flats. Vamos a aterrizar en el sitio donde acamparon.

Con toda suavidad, el piloto posó la nave sobre la gigantesca roca plana. Estar allí no era tan terrorífico como Paula había imaginado. Igual era porque no estaban cerca del precipicio. Pedro llevó a Nico en brazos. Por el momento, el niño parecía estar bien.

—¿Qué te parece? —preguntó Pedro.

 —¿Estamos en la cima del mundo?

Ambos hombres sonrieron.

—Es la sensación que da —comentó Patricio—. ¿Qué más quieres preguntarnos?

—¿Puedo bajarme y dar un paseo?

—Sólo si vas de mi mano —contestó Pedro.

—Lo haré —afirmó el niño y, una vez en el suelo, miró a su tía—. ¿Me das la otra mano?

Paula le dió la mano al instante. Sintió que, juntos los tres, podrían ir a cualquier parte. Ella miró a su alrededor maravillada, sintiéndose como si estuvieran en lo alto del mundo.

—¿Por qué hace frío? —preguntó Nico.

—Porque estamos a dos mil trescientos metros de altura —contestó Pedro y se paró un momento—. La temperatura siempre es aquí unos grados más baja que en el valle. Por eso las tormentas en lo alto son mucho peores.

Nico se quedó pensativo.

—Apuesto a que, cuando empezó a nevar, mi mamá y mi papá tuvieron mucho, mucho frío.

—Así es, pero recuerda que se tenían el uno al otro y se ayudaron hasta que se quedaron dormidos.

—Eso es porque se querían mucho.

—Igual que te querían a tí —dijo su tía, emocionada, y lo abrazó con fuerza.

El niño la abrazó. Se quedaron así un largo rato. Luego, el niño se separó y se dirigió a Pedro.

—¿Adonde llevaste a mi mamá y a mi papá?

—Patricio nos llevó a todos al pueblo. Luego, un coche especial los llevó al aeropuerto, desde donde los llevaron con tus abuelos a Miami.

 —Yo no los ví —dijo Nico, mirando a Paula.

 —Ni yo, tesoro. Los abuelos los enterraron en el cementerio.

—¿Qué es eso?

 —Visitaremos su tumba en cuanto lleguemos a casa y lo verás.

Pedro tomó al niño en sus brazos de nuevo.

—Te diré algo. Como te vas a ir a Merced, le pediré a tu tía que tomen la ruta que pasa por Oakhurst. Nos detendremos allí para que puedas ver dónde están enterrados mis padres y mis abuelos. Quiero poner flores en la tumba de mi abuela. Tú puedes ayudarme a decidir qué flores.

A Nico se le iluminó el rostro.

 —Las rosas amarillas son las favoritas de mi abuela.

 —Entonces, eso compraremos.

—¿También está Karen enterrada allí?

 —No. Su tumba está en Fullerton, en California, junto a la de su padre.

—¿También pones flores en su tumba?

 —Cuando puedo ir a visitarla, sí.

A Paula se le encogió el corazón.

—¿Está muy lejos?

—No tanto como Florida.

El niño miró a Paula.

—¿Podemos poner rosas amarillas en la tumba de mamá y papá también?

—¡Les pondremos un ramo enorme! —exclamó ella, saltándosele las lágrimas.

—¿Podemos regresar ya? Tengo hambre.

—Puedo solucionar lo del hambre —dijo Paula.

Abrió el bolso y sacó unas chocolatinas para cada uno. Nunca podría haberse imaginado que su sobrino compartiría una chocolatina con Pedro en lo alto de El Capitán. Aquello la ayudó a dejar atrás la terrible sensación de tristeza que la había acompañado durante tanto tiempo.

—Sonrían —dijo Patricio antes de hacerles una foto.

Pedro  había pensado en todo. Los padres de Paula querrían ver esa foto. Y ella la guardaría como un tesoro.

Cuando el piloto terminó, Paulase acercó a él.

—Me gustaría tomarte una foto con ellos. Para nuestra familia, eres un héroe.

—Será un placer.

Ya que estaba en ello, ella tomó fotos del helicóptero y de los alrededores. Cuando le devolvió la cámara a Patricio, le dió un abrazo.

—Las palabras no pueden expresar lo que hiciste por mi hermano y su esposa, por no hablar de lo que has hecho por Nico. Siempre estaré en deuda contigo.

—Sólo hago mi trabajo —repuso Patricio con modestia—. Esto también me ha sido de ayuda a mí —añadió con sinceridad.

—Creo que ya podemos irnos —murmuró ella con una amplia sonrisa. Sin embargo, al decirlo,sintió que el corazón se le rompía por tener que irse del valle Yosemite. Era un sentimiento con el que no había contado.

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