viernes, 27 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 37

Por algo, su sobrino había estado inconsolable desde que los dos habían llegado a casa. Para Nico, nadie podía estar a la altura de Pedro.

—¿Ni siquiera quieres que te toque? —preguntó Santiago, quedándose paralizado.

—No. Cuando te devolví el anillo, fue muy doloroso para mí. Al verte ahora, he comprendido que mis sentimientos han muerto. La verdad es que no te he echado de menos, Santiago. Lo nuestro ha terminado.

—¿Qué ha pasado en Yosemite para que estés tan segura?

—Nada —dijo ella, sin desviar la mirada—. La verdad es que no siento nada por tí.

—Estás mintiendo, Pau. Te conozco demasiado bien. Has conocido a otro hombre —le espetó él con las mejillas coloradas por la rabia.

—Supongo que no debería extrañarme que sacaras esa conclusión, sobre todo después de tu aventura con Lorena —se defendió ella—. ¿No te parece raro que ni siquiera me preguntes por Nico ni por cómo le ha sentado el viaje? Siempre hablas de tí y das la vuelta a las cosas para que tú parezcas la víctima.

—Eso ha sido un golpe bajo.

—Lo siento, pero la verdad duele —repuso ella.

Con Pedro o sin él, Santiago había quedado atrás en su vida y no pensaba cambiar de idea.

—Estás distinta. ¿Quién es él? —insistió Santiago.

—Ya veo que prefieres creer que hay otro hombre. ¿No crees que pueda tomar decisiones sola?

—¡Paula!

Hacía tiempo, cuando Santiago había pronunciado su nombre con la misma intensidad, ella se había derretido.

—Te deseo lo mejor, Santi, pero si no te importa, Nico  me está esperando en casa. ¿Puedes decirle a Juan que volveré otro día?

—¡No acepto que esto termine así! Claro que no.

Su orgullo estaba quedando por los suelos, pensó Paula y salió. Era algo catártico para ella dejar la empresa, sabiendo que el dolor del pasado había quedado atrás. Pero, como si los sobresaltos nunca llegaran a su fin, había entrado de lleno en una nueva crisis con Nico. El viaje a Yosemite podía haber sido un éxito a la hora de reducir sus pesadillas, pero el niño había adquirido una nueva obsesión: el guardabosques jefe.

Cinco minutos después de llegar a casa y abrazar a sus abuelos el domingo por la mañana, Nico había suplicado a su tía que llamara a Pedro.

—Está esperando que yo lo llame —había dicho el niño—. Éste es su número — añadió y se sacó del bolsillo el pedazo de papel que él le había dado.

—Te dejaré llamarlo cuando estés en la cama, antes, no.

Durante la última semana, el niño había estado llevando la batuta y eso debía cesar, se había dicho Paula. Al fin, a la hora de irse a la cama, había ido al dormitorio de Nico con el teléfono. No había querido que Pedro pensara que había sido idea suya llamarlo, así que había marcado el número, le había tendido el auricular al niño y había salido del dormitorio. Pocos minutos después, su madre y ella se habían asomado a la puerta y habían descubierto que el niño seguía al teléfono, riendo como el niño feliz que había sido antes de que murieran sus padres.

—Tengo que admitir que le estoy agradecida a ese hombre por devolverle a Nico la sonrisa —había comentado la madre de Paula.

—Y yo. Pero me preocupa que Nico piense que puede llamarlo a todas horas.

—No te preocupes tanto. Acaban de llegar a casa. Lo llevaremos al cementerio mañana y llamaremos a Ramiro para que Nico quede con él por la tarde. Dentro de un día o dos, el niño se calmará. El que hayas dejado tu trabajo lo ha tranquilizado mucho. Esa mirada de ansiedad que tenía antes ha desaparecido.

Sumida en sus pensamientos, Paula abandonó el estacionamiento de la compañía de cruceros y condujo a casa, esperando que Nico lo estuviera pasando bien con Ramiro. Necesitaba relacionarse con otros niños.

—¿Pau? —llamó su padre cuando la oyó entrar en la cocina.

—¿Dónde está mamá? —preguntó, tras saludarlo.

—Ha ido a recoger a Nico.

—Es sólo la hora de comer. Esperaba que jugaran un rato juntos.

—Nico quería volver por si Pedro lo llamaba.

—Me lo temía, pero Pedro está demasiado ocupado para que lo molesten.

—Sin embargo, el señor Alfonso llamó hace una hora para pedirnos nuestra dirección de correo electrónico.

A Paula se le aceleró el pulso.

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