domingo, 8 de enero de 2017

Identidad Secreta: Capítulo 47

—He captado el mensaje, Pedro—jamás debería haber iniciado esa conversación.

—¿Te acostaste con ellos?

—No —a Paula le habría encantado poder mentir—, pero tú has estado con otras mujeres que han visto tus cicatrices.

—Podían soportarlo —espetó él.

—¿Y yo no?

 —Sobre todo, tú no.

—¿Por qué? —las mejillas le ardían.

—Preferiría que me recordaras tal y como estaba.

—Si te refieres a muerto, es un poco tarde para eso.

—Lo sé —los ojos grises se apagaron.

—Está claro que siempre me viste como una princesa amante de lujos que necesitaba ser constantemente mimada —gritó ella llena de dolor—, incapaz de soportar el mundo real.

—Hace tiempo te pedí que te casaras conmigo y aceptaste —los rasgos de Pedro se endurecieron—. Veamos si tu respuesta sigue siendo la misma.

Se levantó la camiseta y se bajó los pantalones, quedando únicamente en calzoncillos.

—Observa al hombre del que una vez dijiste que era la personificación de todas tus fantasías.

Mirar a Pedro era como ver el reflejo sobre un espejo distorsionador. Siempre lo había considerado la personificación de la belleza masculina. Y, a sus ojos, siempre lo sería.

—Y esto es sólo la parte delantera —se dió la vuelta para que pudiera contemplar la espalda—. Más operaciones podrían darme un aspecto más presentable, pero con todos mis sueños aniquilados, no tuve ningún incentivo para hacer nada al respecto.

Se volvió de nuevo con las manos apoyadas en las caderas.

—¿Qué te parece? ¿Lo quieres envuelto como regalo de boda o no tengo ninguna posibilidad?

Paula no podía articular palabra, pero no por las cicatrices, que eran enormes expresiones de años de dolor y angustia. Lo que más le dolía era la oscuridad que había impregnado la mente de Pedro durante años.

—Espero tu respuesta, amor mío —la sonrisa se convirtió en una mueca—. Aunque nuestros sueños quedaron hechos añicos, ¿Tendrás el valor de hacer realidad los de tu hija?

De repente, Paula recordó el primer año que Olivia fue a clase de natación. Los demás niños habían aprendido al fin a tirarse de cabeza. Cuando llegó su turno, la niña se apartó del bordillo. El profesor la animó a que lo intentara. Olivia había negado estar asustada y había insistido en que no le apetecía zambullirse en ese momento. La expresión en sus ojos había sido idéntica a la de Pedro. Un pánico puro, sincero, desafiante.

Pedro acababa de confesar que aún la deseaba, que quería casarse con ella. La había besado como si jamás hubiera dejado de desearla. Si el matrimonio pudiera servir para ahuyentar sus demonios, a lo mejor también eliminaría los suyos propios. Nada importaba, salvo el hecho de que había vuelto a su vida. Era un hombre que se había enfrentado al terror, pero seguía en pie.

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