miércoles, 25 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 29

Ella lo miró a los ojos durante un momento interminable.

—Nunca podré agradecerte bastante lo que has hecho por él. Eres un gran hombre —dijo y, dejándose llevar por un impulso, lo besó en la mandíbula. Luego, agarró su bolso y salió corriendo de la cocina.

Pedro se llevó los dedos al lugar donde ella lo había besado. Aunque había sido una demostración de gratitud nada más, el contacto de sus labios despertó su deseo. Corrió tras ella, pero Paula ya se había metido en el coche. Se pasaron todo el camino hacia las oficinas en silencio.

—Espera aquí, Paula. Yo iré a buscarlo.

Pedro entró en la central. Los niños estaban empezando a salir de la fiesta en el auditorio. Nico y lo vió y corrió hacia él, sonriente.

—Me gustaría ser un Joven Castor. Tienen uniformes igual que tú.

—¿Te gustan, eh? —dijo Pedro, riendo—. ¿Lo has pasado bien?

—Sí. Los osos de la película eran muy graciosos.

Pedro le dió la mano y lo acompañó al coche, mientras Nico no paraba de hablar, emocionado.

—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Nico  cuando Pedro lo hubo ayudado a subir al coche.

—Tiene trabajo, cariño —explicó Paula, adelantándose—. Nosotros tenemos otros planes.

—¿Adonde vamos? —A dar un paseo a la Villa del Curry —repuso ella con determinación. —Tienen un helado estupendo allí.

Nico miró a Pedro con morriña.

—¿No puedes venir con nosotros?

Pedro notó que Paula lo miraba pidiéndole que la ayudara.

—Me temo que tengo trabajo que hacer —mintió él. Por supuesto, siempre había cosas por hacer, pero no tenía nada urgente—. Hasta pronto, cara de tronco — se despidió y le tendió la mano al niño, pero Nico no parecía seguir interesado en su pequeño juego de palabras.

Pedro  comprendió cómo se sentía él niño, porque él estaba sufriendo también. Se despidió de Paula con la mano antes de entrar en las oficinas. Iba a ser una larga noche. Nada más entrar en el despacho, Marcela le informó de que Nelson, uno de los guardabosques, estaba en la línea uno. Pedro tomó el teléfono.

—¿Qué pasa, Claudio?

—Un incendio en Laurel Lakes.

—¿Cuánto se ha extendido?

—Unas cuatro hectáreas. No sabemos todavía si ha sido provocado por un rayo o por los campistas. He dado la orden de evacuar la zona.

—Ciérralo todo, incluyendo el camino que lleva a Manuel Meadow, y mantente en contacto.

—Sí, señor.

Los incendios naturales eran buenos para el parque, pues permitían que el bosque se regenerara. Sin embargo, si se salían de control, los guardas tenían que apagarlos desde el aire. Todos los años, perdían entre dieciséis y veinte acres de bosque debido a los rayos de las tormentas o a incendios planificados. Pedro no estaba muy preocupado por la noticia. Había otros dos pequeños incendios al este de Glazier Point, pero estaban controlados y no interferirían en su vuelo a El Capitán. Por el momento, no había motivo para preocuparse. Al menos, no por los incendios. Se sentó delante de su ordenador para leer los correos electrónicos que había recibido desde diversas estaciones forestales. La noticia de un accidente con un oso en el camping de Lower Pines llamó su atención. Tendría que ser investigado. Entonces, su mirada se posó en el muñeco de Lobezno que Nico se había dejado junto al teclado del ordenador. Tomó el muñeco en la mano, mientras revivía los sucesos del día. Ciertas imágenes ocuparon su mente. Paula era una chica excelente. Cuando él le había hecho una aguadilla en la piscina, ella había hecho todo lo posible para devolvérsela. Todavía podía sentir el contacto de sus brazos y sus piernas. Su risa había sido tan espontánea como su sonrisa. Lo había dejado hipnotizado y no había podido dejar de mirarla. Era una mujer natural y muy femenina, que poseía las cualidades necesarias para convertirse en alguien inolvidable, pensó él, mientras revivió el beso que ella le había dado en la mejilla. Respirando hondo,  se levantó de la silla. Necesitaba mantener la mente ocupada y hacer algo de provecho, se dijo. Se metió el juguete del niño en el bolsillo y se despidió de Marcela hasta el día siguiente.

Cuando  entró en el centro de información, no le sorprendió ver a Matías de servicio. Se acercó a su mesa.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Tú qué crees?

El trabajo era su forma de escapar de los problemas, para ambos amigos.

—Te entiendo —repuso Pedro.

Él estaba haciendo lo mismo, trabajar para evitar estar a solas con sus pensamientos.

—¡Hola, jefe! —llamó Roberto—. Todo el mundo en el parque habla de cómo te ocupaste de esos jovencitos ebrios en la piscina —dijo con admiración—. ¿Por qué no nos das un cursillo acelerado sobre la técnica Alfonso?

Las noticias corrían rápido en el parque.

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