domingo, 1 de enero de 2017

Identidad Secreta: Capítulo 27

—Déjale pasar tiempo con Oli —intervino su padre—. Eso te permitirá disponer de tiempo para ti misma, divertirte por primera vez desde tu vuelta de Afganistán. Enseguida se dará cuenta de que no has perdido el espíritu aventurero por el que se sintió atraído. Y si Fernando y tú no están destinados a estar juntos, no te cierres a otras posibilidades.

Paula sabía que les preocupaba que no fuera a casarse nunca. A los treinta y uno no era vieja, pero si no aceptaba relacionarse con ningún hombre, perdería muchas oportunidades.

—Tenemos que volver al hotel —su padre se puso en pie y se acercó a ella para darle un beso en la mejilla—, pero volveremos por la mañana. La oferta de ir al parque mañana sigue en pie. Oli nunca ha estado allí. No le hará ningún mal descubrir si le gusta.

—¡Papá! Sabes que estando Fernando allí, le va a encantar.

Paula había pasado toda la noche dando vueltas en la cama. No podía esperar más para hablar con su hija y se dirigió al dormitorio de la niña. Se la encontró bajo las sábanas, pero sabía bien que no dormía. Su hija se despertaba temprano, como había hecho desde bebé. La descubría de madrugada despierta y jugando con los dedos de sus pies o sentada en la cuna y hablando a solas. Un día oyó un ruido sordo y corrió a la habitación de la pequeña. Su niñita había trepado por la cuna y aterrizado en el suelo, pero en lugar de llantos, se había encontrado una gran sonrisa… a las seis de la mañana.

—¿Oli? Hora de levantarse.

—No quiero —fue la respuesta amortiguada por las sábanas.

—¿Eres consciente de que anoche fue la primera vez en tu vida que nos acostamos sin darnos un beso de buenas noches? —Paula se sentó en el borde de la cama y destapó el rostro de la pequeña para darle un beso, aunque no recibió ninguna respuesta—. Tus abuelos llegarán enseguida para llevarnos a pasar el día en Yosemite. Y hay que desayunar.

—¿Lo sabe papá? —al fin Olivia se sentó en la cama y miró a su madre con ojos brillantes.

—Aún no. Ni siquiera sé si está de servicio. Lo llamaremos cuando lleguemos. Si voy a aceptar el puesto, lo mejor será que veamos la casa en la que viviremos.

Olivia se arrojó a sus brazos. Lágrimas de alegría lo inundaron todo.


Marcela entró en el despacho de Leonardo. Sirvió café y el desayuno y lo dejó en una mesita para Pedro, que acababa de contestar al teléfono y le dió las gracias con la mano.

—¿Qué decías del coche abandonado?

—Un turista. Se quedó sin gasolina e hizo auto-stop hasta Wawona. Problema resuelto.

—Bien. ¿Qué tal está el humo de los incendios controlados en ese sector?

—Lo normal.

—Menos mal que no hay mucho viento hoy. Mantente en contacto. Pedro colgó y alargó una mano hacia una tostada. Se fijó en la hora. Las diez menos diez. Cuatro horas para acabar su turno. Después de trabajar toda la noche debería estar agotado, pero la alteración que sentía le había impedido relajarse.

Una llamada del hospital le confirmó que no había más pacientes ingresados por el virus. Tras enviarle un fax al superintendente, se preparó para desayunar. Cuando estaba a punto de terminar, Juan Thompson llamó. Había hablado con él media hora antes por lo que, intrigado, se apresuró a contestar.

—Aquí el guardabosque Alfonso.

—Te gustará saber que la mujer más famosa del parque acaba de franquear la entrada.

—¿De quién estás hablando? —Pedro frunció el ceño.

—De Paula Chaves.

 El vaso de plástico, afortunadamente vacío, cayó de las manos de Pedro.

—Su hija y sus padres vienen con ella. Dijo que venían a pasar el día.

Pedro arrojó el vaso a la papelera, pero falló. No era capaz de responder. Estaba dominado por un tumulto de emociones.

—Pensé que deberías saberlo, por si aparecen en el centro de visitantes. El jefe querrá conocerla.

—Hoy tiene el día libre. Tengo otra llamada —mintió para poder colgar antes de tener que escuchar nada más de lo que tuviera que decir ese idiota sobre Paula.

La noche anterior se había sentido tan cargado de negatividad que le había dicho a Leonardo que no apareciera antes de las dos. Al darse cuenta de que Paula y Olivia estaban a punto de llegar y que él no podría abandonar su puesto, gruñó de desesperación. No entendía qué habría pasado por la mente de Paula. Seguramente quería que Olivia tuviera un primer contacto con el parque antes de hablar de derechos de visita. Más sería un sueño. A las once y media envió la última predicción meteorológica a cada guardabosque y fue interrumpido por Cecilia desde el mostrador de información del centro de visitantes.

—¿Qué sucede, Ceci?

—Aquí hay una adorable jovencita llamada Olivia Chaves que pregunta por el guardabosque Alfonso —Pedro se puso de pie de un salto—. Dice que eres uno de los guardabosques que ayudó a rescatar a su mamá del accidente de helicóptero y que quiere darte las gracias.

—Acompáñala al despacho de Leo.

—De acuerdo.

Pedro se dirigió hasta la puerta y la abrió. Pocos segundos después las vió  llegar por el pasillo. Su primera reacción fue la de tomar a su hija en brazos, pero se contuvo.

—¿Guardabosque Alfonso? —Cecilia le sonrió a Pedro—. Te presento a Olivia Chaves.

—Ya nos conocemos, ¿Verdad, Oli? —él intentó deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.

—Sí.

Estaban fingiendo delante de Cecilia. Tras la reserva de Olivia, sus ojos azules brillaban como brasas ardientes. Lo miró de arriba abajo, vestido con su uniforme de guardabosque mientras saltaba de emoción sobre sus talones.

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