domingo, 15 de enero de 2017

Identidad Secreta: Capítulo 63

—¿Y a qué conclusión has llegado? —Pedro estudió su hermoso rostro.

—Que debemos quedarnos aquí y afrontar lo que pase.

—¡Pau! Si hubieras dicho otra cosa…

—¿Cómo podría? —los ojos de ella se llenaron de lágrimas—. Nuestra vida está aquí. Sólo tenemos que tener fe y tomar todas las precauciones posibles. Tenía que ser aquí.

Él estuvo de acuerdo. Se habían vuelto a encontrar por algún motivo, pero ¿Cuál? ¿Qué podía haber más cruel que saber que su vida pendía de un hilo por culpa de un trozo de metal alojado en el corazón?

—¿En qué estabas pensando ahora mismo? —Paula le alisó el ceño fruncido con un dedo.

—¿Tienes idea de cuánto te quiero? — le tomó la mano y empezó a mordisquear el brazo que se había fracturado. Era doblemente valiosa para él.

—Sí —contestó ella emocionada—, pero no has contestado a mi pregunta.

—No era nada importante, mi amor —la colocó encima de él—. No hablemos más. Me gustaría comunicarme contigo de otras maneras, y no pienso desperdiciar ni un segundo.

La necesitaba tan desesperadamente que le daba miedo. Durante el resto de la noche le hizo el amor con refinada ferocidad, intentando que el tiempo se parara mientas adoraba a aquella mujer en cuerpo y alma.

—¿Oli? —ocho días después, Pedro abrió la puerta de la casa de Paula.

—No —contestó la voz de la abuela desde el pasillo—. Estoy sola. Se va a poner a dar saltos de alegría al saber que han vuelto.

—¿Cómo podremos agradecerles su ayuda? —Paula corrió a abrazar a su madre.

—Verlos a los dos con aspecto de adolescentes enamorados es el mejor regalo.

—No podríamos haber disfrutado de la luna de miel sin la tranquilidad de saberla a cargo de las personas a las que más adora —corroboró Pedro mientras abrazaba a su suegra.

—¿Dónde está? —Paula se moría de ganas de verla.

—Se ha ido con tu padre a casa de los Rossiter para saludar a los padres de Romina. Llegaron esta mañana desde Oakhurst para pasar el fin de semana. Acabo de sacar una tarta del horno e iba a unirme a ellos.

—Ya decía yo que olía divinamente al entrar aquí.

—Oli me contó que la tarta de manzana era tu preferida —la madre de Paula sonrió a Pedro—. Quería que tuvieran algo para picotear a su regreso.
—Si tu hija no me hiciera tan felíz —él la abrazó—, habríamos vuelto ayer, tal y como teníamos planeado. Creo que tomaré un trozo mientras aún sigue caliente.

Se dirigió a toda prisa a la cocina. Se moría de hambre, pero también quería dejar a las dos mujeres solas para que charlaran en privado.

—Lo has transformado en otro hombre.

—Me he casado con el hombre más maravilloso del mundo.

—Yo también. Qué suerte tenemos, ¿Verdad?

—¡Desde luego! —Paula volvió a abrazar a su madre—. ¿Qué tal Oli? Dime la verdad.

—Mucho mejor de lo que había esperado. Ella y Nico solían pasear cerca de la casa de Pedro. Incluso le oí confesarle a tu padre que no le importaría tener un hermanito.

—Las heridas de Pepe le impiden volver a concebir, mamá —era un sueño que debía desechar de inmediato—. Me alegra que Oli se lleve tan bien con Nico porque será lo más parecido a un hermano que tendrá.

—Cariño, lo siento.

—Yo también. Pepe es un padre tan estupendo que merece vivir todo el proceso conmigo, pero debemos estar agradecidos de que haya vuelto. Y siempre podemos adoptar.

—Por supuesto —su madre ladeó la cabeza—. ¿Sabes que has madurado increíblemente?

—Admito que ha habido un milagro —saber que su marido podría morir en cualquier momento hacía que se despertara a la realidad—. Soy consciente de ello.

—Creo que sólo queda media tarta —Pedro entró en el salón y miró a su suegra con gesto de culpabilidad—. Está deliciosa. Espero que no te importe.

—Lo que me importaría sería que no te la comieras.

—Vayamos todos a casa de Mati a recoger a nuestra hija. ¿Dónde está tu abrigo?

—En el armario.

—Yo te lo traigo.

Pedro  ayudó a su suegra a ponerse el abrigo y abandonaron la casa. La nieve caída días atrás aún perduraba. Al volver la esquina, Paula vió a los niños jugando en el jardín con Matías y Romina. Habían hecho un guardabosque de nieve con sombrero y todo.

—¡Es el tío Pepe! —Nico fue el primero en verlos.

Olivia se arrojó en brazos de su padre antes de que Paula se uniera a ellos para abrazarse los tres juntos. Por último, Nico se sumó también al abrazo.

—Me parece que has engordado desde que nos fuimos —Pedro besó a su hija.

No hay comentarios:

Publicar un comentario