domingo, 22 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 17

Para alivio de Paula, su invitado cambió de tema y empezó a hacer preguntas sobre los amigos de Nico y su escuela.

—¿Cómo dijiste que se llamaba tu maestro?

—Señor Plot.

—Eso creía —repuso Pedro, sonriendo.

—Tiene el pelo largo y lleva cola de caballo —señaló Paula.

—Sí. A la mamá de Ramiro no le gusta. Lo cambió a clase de la señora Chandler.

—¿El señor Plot es buen maestro?

—Sí. Nos ha leído Los conejitos locos.

—¿Están locos de verdad?

—Sí. Se van a nadar con la ropa de esquiar y pintan huevos de Pascua en Navidad. —Parece una familia muy loca.

—Sí. Voy a por él —se ofreció Nico y se levantó de la silla para ir a buscar el cuento—. Mira, Pau me lo compró. ¿Quieres leerlo?

Pedro  asintió. Nico le señaló todas las cosas graciosas de la cubierta y él rió. Cuando empezó a leer en voz alta, Paula esperó a que rompiera a reír. No tuvo que esperar mucho. Era imposible leer aquella historia tan alocada sin reír y Pedro no la decepcionó. En cuestión de minutos, los tres estaban riendo a carcajadas. Secándose las lágrimas de risa, ella se levantó de la silla.

—Muy bien, jovencito. Es hora de ir a la cama. Ve a lavarte los dientes. Yo te arroparé.

—Quiero que lo haga Pepe.

—¡Ya es suficiente! —lo reprendió ella, frunciendo el ceño.

 Su sobrino la miró cabizbajo. Pedro lanzó una rápida mirada a Paula y, luego, posó los ojos en el niño.

—Si obedeces a tu tía, me quedaré hasta que reces tus oraciones.

Con ese incentivo, Nico corrió al baño.

 —Antes de que el niño vuelva, quiero disculparme por cómo reaccioné en su despacho ayer. Por favor, perdóneme. Dije cosas sin pensar y lo culpé de algo que fue culpa de mi hermano. Cuando le contó a Nico lo que ocurrió, me sentí muy avergonzada.

Pedro se frotó la nuca.

—Me temo que ninguno de los dos estábamos en nuestro mejor momento. Desde que ocurrió he convivido con un hondo sentimiento de culpa. Conocerlasignificaba enfrentarme a mi peor pesadilla. Estaba preparado para soportar sus imprecaciones. De hecho, estaba deseándolo.

—Gracias por su comprensión y por la forma en que habló con Nico. El día de hoy ha sido muy importante para él. Le estoy muy agradecida —confesó ella y le tembló la voz—. Yo…

El pequeño entró en la habitación, interrumpiéndola.

—¡Ya estoy!

Paula abrió una de las camas mientras el niño se ponía de rodillas para rezar sus oraciones. Cuando su tía pensó que ya había terminado de bendecir a todos sus seres queridos, el pequeño añadió:

—Y, por favor, bendice a Pepe. Es mi mejor amigo. Amén.

Sus palabras le llegaron al alma y supo que lo mismo le había sucedido al guardabosques.

—Amen —dijo Pedro, emocionado.

 Nico se metió en la cama y se tapó hasta la barbilla.

—¿Pepe? ¿Puedo ir a visitarte mañana?

—¡No! —respondió Paula.  Había estado esperando el momento en que su sobrino hiciera esa pregunta—. Tiene que trabajar. Además, vamos a ir a montar a caballo con Matías por la mañana.

—No quiero ir —replicó Nico con lágrimas en los ojos.

—Hablaremos de ello más tarde. Despídete del señor Alfonso.

 —Buenas noches, Pepe. Gracias por enseñarme el águila.

—De nada. Yo lo he pasado mejor que tú —aseguró Pedro y le chocó la palma de la mano al niño.

Salió de la habitación y sacó el carrito de la comida al pasillo. Paula lo acompañó y entrecerró la puerta.

—Antes de que se vaya, hay algo que quiero explicarle.

—No tengo prisa —respondió él y se quedó parado, con las manos en las caderas.

Ella lo miró a los ojos.

—He traído a Nico siguiendo el consejo del psiquiatra, con la esperanza de que obtuviera las respuestas a las preguntas que lo inquietaban y, así, calmar sus pesadillas. Después de que Mariana y Gonzalo murieran, el pequeño se derrumbó — señaló, y le explicó lo difíciles que habían sido las cosas para Nico durante el último año.

El guardabosques frunció el ceño al escucharla.

—Pobre chico.

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