miércoles, 18 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 8

Temblando, Paula salió al vestíbulo en busca de Nico. Cuando había entrado en el despacho del guardabosques jefe hacía unos minutos, no había esperado en absoluto que el hombre admitiera su culpa.

—¿Paula?

Paula se giró y se encontró con su sobrino, que corría hacia ella. Rossiter lo seguía, llevándole el sombrero. Nico la abrazó de la cintura.

—¿Podemos irnos a caminar ya?

¿Caminar? Rossiter, el guardabosques parado junto a Nico, la miró con curiosidad. Tendría que haber estado ciego para no darse cuenta de cuánto la había afectado el breve encuentro con su jefe.

—He decidido que daremos un paseo por el pueblo y visitaremos las cascadas primero —señaló ella, consciente de que necesitaba recomponerse. Avergonzada por su comportamiento, lanzó una mirada al guardabosques que los acompañaba—. Gracias por cuidar a Nico.

—Ha sido un placer. ¿Dónde se alojan?

—En Yosemite Lodge —respondió Nico con inocencia.

—¿Quieren que quedemos para cenar en el comedor del hotel? Yo tengo que comer y supongo que ustedes también. Tienen buenas hamburguesas.

¿Le habrían ordenado al guardabosques que cuidara de Nico para que el niño se sintiera especial?, se preguntó Paula. ¿Sería un intento de firmar la paz? Ella no estaba de humor para tener compañía, pero después del favor que le había hecho al cuidar a Nico, no pudo negarse. Al menos, Rossiter no se parecía en nada al guardabosques jefe, cuya admisión de culpa la había conmocionado. Sus ojos azules no habían pedido comprensión. No había puesto ninguna excusa para la tragedia que se había llevado a su hermano y su cuñada, y eso la había enfurecido hasta la médula.

—Gracias, Rossiter. Le esperaremos para cenar, entonces. Pero si le surge una emergencia, lo comprenderemos.

—Esperemos que esta noche sea tranquila —repuso Rossiter y miró a ambos—. Nos vemos después —se despidió, con un gesto de su sombrero.

Nico levantó la vista hacia su tía.

—Me ha dicho que el lobo que vimos en la carretera era un coyote, porque en el parque no hay lobos.

—Me alegro —señaló ella, aunque seguía pensando en la feroz entrevista que había tenido con el jefe.

Nico y Paula salieron juntos del edificio. Ella le puso una mano sobre el hombro.

—Vamos a dar ese paseo —dijo ella y comenzaron a caminar entre las multitudes de turistas.

—¿Estás enfadada? —preguntó el niño.

Paula debió haber sabido que no podía ocultarle a Nico sus sentimientos.

—¿Por qué, tesoro?

—¿Por qué no te gusta el guardabosques?

 Nico se confundía de guardabosques, pensó ella.

—Lo siento si he parecido descortés. No era mi intención. Me parece un hombre muy amable. La verdad es que estoy cansada por el viaje.

—¿Quieres tumbarte un poco?

—Gracias por preguntar, pero no. Hemos venido a ver todo lo que podamos. ¿Quieres que vayamos a comprar un refresco para el camino?

—Yo quiero refresco de zarzaparrilla —dijo Nico.

—Yo también.

 Mientras esperaban en la cola para pagar las bebidas, Paula se dió cuenta de que ella misma había estropeado su primera reunión con el guardabosques jefe. En vez de comportarse como una mujer madura en busca de respuestas, había actuado como una adolescente furiosa y sin cerebro. Como consecuencia, no había averiguado nada sobre la muerte de su hermano y se había ganado un enemigo. Qué tonta había sido. La única razón de estar allí era ayudar a Nico, se recordó. Y, por el momento, lo único que había hecho había sido preocupar a su sobrino por haber dejado que la afectara tanto el jefe del parque. Debía haber estado por encima de la actitud provocadora de ese hombre y haberse concentrado en su misión.

Después de que regresaran de su paseo, llamaría a las oficinas del parque y pediría otra cita con él, con suerte para el día siguiente por la mañana. Debía disculparse y empezar de cero. Escucharía la explicación del hombre junto con Nico. Su sobrino le haría todas las preguntas que quisiera y organizarían una visita a lo alto de El Capitán, donde había sucedido el accidente. Cuando Nico estuviera satisfecho, podrían irse. Después de tomar esa decisión, Paula fue capaz de disfrutar del paseo y la belleza agreste del valle Yosemite. Aquel paraíso de formaciones rocosas esculpidas por el glaciar y bosques de pinos bajo el cielo azul era muy diferente de Florida. Cuando llegaron a las cascadas, una fina neblina los envolvió. La humedad los refrescó. Al fondo, se escuchó la voz de un guía.

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